martes, 18 de diciembre de 2012

LU: Vuelo de mascotas: la cocina.

Como se dijo, aquí se puede comentar la marcha de la novela, proponer líneas de desarrollo y revisar lo publicado para mantener un tono y estilo unitarios.

LU > Vuelo de mascotas

Novela colectiva. 

Cada día se publicará una entrada según el orden de lista y alternando chica-chico:

NATALIA, AITOR, ROCÍO, DAVID F., PATRICIA, DAVID G., ALICIA, VÍCTOR, IRENE J., CARLOS, NÉLIDA, ANTONIO, IRENE M., IVÁN, CELIA, JB.


Las entradas (entre diez y treinta líneas) adoptarán la forma de correo electrónico entre dos personas (Toni y Cris) que se han conocido en un foro de mascotas y que deciden comunicarse en privado para comentar algún aspecto problemático acerca de otro forista un tanto polémico, cuyas opiniones sobre  lo que él considera maltrato a los animales (en concreto, opina que es casi un crimen tener un perro en un piso de sesenta metros cuadrados) les parecen demasiado radicales. A partir de ahí, la comunicación se irá ampliando a otros aspectos de su vida.

Toni, extremeño de origen, trabaja en una agencia de turismo en Barcelona. Comparte piso con un antiguo compañero de estudios que da clases en un colegio de primaria. Su vida sentimental hasta ahora ha sido bastante anodina. No suele comprometerse demasiado en ese aspecto, por pereza o por inseguridad. Se considera atractivo, aunque una leve tartamudez le acostumbró a ser prudente. Le gusta salir a correr o a montar en bici acompañado de su labrador canadiense.

Cris siempre ha vivido en Vigo, donde llegó a ser subcampeona de España de natación en cincuenta metros mariposa. Una lesión le impidió alcanzar las metas que había soñado. Es profesora de gimnasia en un centro municipal, donde imparte clases de mantenimiento a jubilados. Por las tardes, entrena a un grupo de nadadoras que apuntan a un futuro prometedor, sobre todo una de ellas. Vive sola en un pequeño apartamento algo descuidado pero confortable que comparte con su husky. Suele comer con su familia los domingos, y a diario recibe una llamada de su madre para hablar de esto y aquello. De su vida íntima se sabe poco, sobre todo desde que una antigua relación se vino abajo a consecuencia de su lesión. No obstante, no se puede decir, ni mucho menos, que sea una persona frustrada; de hecho, se mantiene muy activa y participa en distintas iniciativas de tipo social, a las que dedica cuatro o cinco horas semanales. Sale poco, pero por disciplina intenta dejar una noche libre cada dos semanas para compartirlas con sus amigos de toda la vida.

Hasta aquí el contexto en que se asienta el relato. El objetivo, a partir de ahora, es mantener viva una relación epistolar que irá ampliando sus círculos de interés hasta que fructifique en una relación amistosa o afectiva, para lo que necesitaremos como mínimo un par de meses 'virtuales'. Los dos personajes se enviarán correos cada tres o cuatro días (aunque 'nosotros' escribiremos a diario) y, al cabo de esos dos meses (primer ciclo de entregas, es decir, dieciséis correos, ocho más ocho), podrían conocerse personalmente en Vigo o en Barcelona.

A partir de ahí, replantearemos la continuidad del relato.

El desafío fundamental es mantener la coherencia y el tono de la novela, lo que nos obligará a controlar las demandas de nuestros impulsos. Habrá, pues, que revisar mucho lo que escribimos, para no salirnos del cauce establecido previamente y para evitar que la novela se atasque o se vaya por los cerros de Úbeda. Tampoco podemos caer en la trampa de controlarlo todo tanto que finalmente el resultado sea demasiado neutro o aburrido. En cualquier caso, el objetivo básico es abrir caminos al desarrollo futuro de la trama sin romper el estilo ni la coherencia.

Así pues, cada día tendremos una nueva aportación. Previamente, se pueden dedicar cinco minutos en clase para perfilar la entrada del día. Durante las vacaciones podéis 'reuniros' en un foro paralelo que abriremos aquí mismo con el título 'Vuelo de mascotas: la cocina'.

Si os parece, empezamos el jueves veinte de diciembre.

martes, 27 de noviembre de 2012

LU > Montaigne

A partir de la selección de textos de Montaigne, escribiremos un breve ensayo sobre la muerte.

Se trata de elaborar un texto en tres o cuatro párrafos, cada uno de los cuales debe desarrollar una idea poderosa con sus matices. Esos matices constituyen oraciones que deben estar conectadas por un hilo de causa, consecuencia, adversidad, secuencia temporal...

Del mismo modo, tiene que haber algún tipo de enlace entre párrafos. De lo contrario, tendremos un conjunto de ideas dispersas, pero no un texto.

Hora de cierre:  domingo 2 de diciembre a las 22 horas.

jueves, 15 de noviembre de 2012

4A: "Crónica de una muerte anunciada" > Actividades



Crónica de una muerte anunciada
(Tareas para trabajar en grupo)


  1. El cronista-narrador ha tardado más de veinte años en ordenar los detalles de la ‘crónica’. Lo que leemos es el relato del proceso de reconstrucción de los hechos que sucedieron antes y después del crimen. Escribid un esquema por capítulos (en presente de indicativo) en el que quede clara la evolución temporal de los acontecimientos.
    • Ejemplo:
CAPITULO 1º.
Santiago Nasar se levanta a las 5.30 para ir a recibir al obispo. A las 6.05 sale de casa. Pero el obispo pasa de largo, así que a las 6.25 SN se vuelve con su mejor amigo, que le invita a desayunar.  Santiago le dice que va a cambiarse de ropa y que luego le alcanza. Cuando la madre de Cristo Bedoya se entera de que van a matar a Santiago, intenta avisar a su madre, Plácida Linero, pero por el camino alguien le comunica que ya lo han matado.

  1. Los hechos relativos al crimen suceden entre las 5.30 y las 6.45. ¿Qué ocurre a lo largo de esos setenta y cinco minutos? (Lo conseguiréis fácilmente si resolvéis antes la 1ª cuestión). Escribid un informe policial para entregarlo al juez. Como tal informe, ha de ser muy objetivo y sucinto. Además deberá incluir las fuentes de información y las pruebas encontradas.
  2. Observad el estilo utilizado en la crónica de sucesos que se ofrece en la página de TVE
así como  los enlaces que aparecen en la misma. Escribid luego la crónica del crimen de SN como si fuerais periodistas.
  1. Una vez repudiada, Ángela Vicario inicia su verdadera peripecia amorosa, esas dos mil cartas de amor que durante veinte años van inflamando el corazón de Bayardo San Román hasta ablandarlo, aunque él no las haya leído. Bayardo vuelve junto a Ángela para quedarse. Reconstruid el diálogo entre los amantes reencontrados desde esta perspectiva.
  2. Realismo mágico. La cantidad de alcohol que se bebió en la boda, la medalla que apareció en el estómago del muerto o el final de SN arrastrando las tripas por el polvo son detalles típicos de los escritores suramericanos adscritos a la corriente literaria del Realismo Mágico. Rescatad de la novela otros diez detalles como estos y escribid luego un nuevo párrafo de la novela que incluya un elemento ‘mágico’ de vuestra invención. Indicad en qué página de la obra lo incluiríais. El objetivo es que un lector experto en García Márquez no perciba ese párrafo “apócrifo”.
  3. Rescatad asimismo diez frases (del narrador o de los personajes) en las que sea evidente un agudo sentido del humor.
  4. Hipótesis-argumentación. Reflexionad sobre cada uno de estos dos asuntos en diez o doce líneas:
    • Todos los que conocían las intenciones de los hermanos Vicario se disculparon de mil maneras para justificar que no avisaron a SN. ¿Son aceptables esas justificaciones? (El narrador dice en un momento determinado que “todos paladeaban la inminente agresión”).
    • La tragedia de SN es fruto del azar, como en Edipo Rey o en Tristán e Iseo. Dice el narrador: “La fatalidad nos hace invisibles”. Recuperad el argumento de las dos tragedias citadas y presentad una hipótesis argumentada que responda a esta pregunta: ¿Es inevitable la muerte de SN?
  5. El tema del honor-honra asociado a la virginidad viene del teatro de siglo XVII. Recuperad el argumento de Fuenteovejuna (Lope de Vega) y El alcalde de Zalamea (Calderón de la Barca) y escribid luego un comentario en veinte líneas acerca de las similitudes y diferencias respecto a este tema entre la novela de García Márquez y los citados dramas del Siglo de Oro.
  6. Escribiremos la crónica del crimen que sufrió Santiago Nasar.

    Conviene tener en cuenta que el periodista sólo cuenta con unas seis horas para informarse de lo ocurrido.

    Por otra parte, hay que ajustarse al formato de la crónica, que no es una noticia ni un reportaje.

    Os paso un modelo del 15 de diciembre de 2012:

    Asesinato múltiple en un colegio de Estados Unidos 

    Estados Unidos vivió ayer una de sus peores matanzas de niños. Veinte menores (con edades entre cinco y diez años) se cuentan entre las 26 víctimas mortales en un colegio de Newtown, Connecticut, unos 100 kilómetros al norte de Nueva York, asesinadas a tiros por un joven. El tirador murió en la escuela Sandy Hook, aunque no estaba claro anoche si fue abatido por la policía o se suicidó.

    La policía, según las primeras versiones, encontró el cadáver del padre del asesino en la casa familiar. Otra de las víctimas es su madre, maestra que trabajaba en la guardería, justamente el lugar donde comenzó el ataque.

    El asesino ha sido identificado como Adam Lanza, de 20 años, cuyo cadáver yacía en el interior de una de las aulas, aunque no se había confirmado si se quitó la vida o fue abatido. El asaltante tenía entre dos y cuatro armas de fuego y vestía un chaleco antibalas cuando inició el que ya es sin duda uno de los más sangrientos y brutales ataques en un centro educativo de la historia norteamericana debido a la corta edad de las víctimas.

    Según se confirmaba anoche, la directora de la escuela y el psicólogo del centro también habían fallecido en el tiroteo, que comenzó en los pasillos del colegio.

    Desde un primer momento se barajó la hipótesis de que el tirador fuera familiar de algún empleado del centro, razón por la que le habría sido posible burlar los controles de seguridad de las instalaciones educativas y no despertar sospechas.

    Los primeros testimonios eran escalofriantes. En la escuela Sandy Hook de Newtown (27.000 habitantes) estudiaban niños de entre cinco y diez años. “Estaba en el gimnasio y oí como siete disparos y entonces el profesor nos dijo que nos escondiéramos en una esquina y nos agrupáramos”, relata un estudiante. “Volvimos a oír esos ruidos y todos empezamos a llorar. El profesor de gimnasia nos dijo que fuéramos a la oficina, donde no nos podría encontrar nadie. Luego llegó un policía que nos dijo que saliéramos”.

    Las autoridades cerraron el acceso a todos los colegios de la zona por precaución y pidieron a los padres que no se acercaran a la escuela hasta que la situación estuviera controlada. Los estudiantes fueron evacuados a una zona segura casi dos horas después del ataque.

martes, 6 de noviembre de 2012

LU > "Decamerón"




Boccaccio, Selección de tres relatos del Decamerón:

·         I,3 > El judío Melquisedec y el sultán Saladino.
·         III, 10 > Alibech se hace ermitaña…
·         X, 10 > El marqués de Sanluzzo y Griselda.


Enlaces en los que podéis encontrar algunas de las lecturas del curso:


·         Boccaccio > Decamerón > http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ita/bocca/decanota.htm
·         Poe > El corazón delator > http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/poe/corazon.htm
·         Guy de Maupassant > El collar >
·         Antón Chéjov > Vanka >
·         Coleridge > “Kubla Khan” >>
·         Keats > “Oda a un ruiseñor” y Oda a una urna griega” >>

 

Decamerón > Actividades


PRIMER RELATO > I-3

1.      ¿Qué relación encuentras entre la intención de Saladino y la pregunta que le plantea a Melquisidech? Dicho de otra forma, ¿qué estrategia tiene Saladino para conseguir su propósito, es decir, el préstamo? ¿Es una estrategia coherente?
2.      La respuesta de Melquisidech parece poco sincera, en la medida en que él es un buen judío, a menos que todo sea un recurso de Boccaccio para difundir una opinión propia. Si así fuera, ¿qué se propone el autor, teniendo en cuenta el contexto histórico y cultural de Florencia en el siglo XIV?


SEGUNDO RELATO > III-10

1.      El narrador plantea el caso (muy común en la Edad Media) de la joven (musulmana o judía, se supone) que siente curiosidad por el cristianismo y se acerca esa religión. Visto así, podría parecer que Boccaccio intenta hacer proselitismo. ¿Estás de acuerdo con esa interpretación del relato?
2.      En ese mismo cuento, se puede afirmar que Boccaccio se burla de la religión?
3.      Llama la atención el giro que toma el relato hacia la mitad del mismo. ¿En qué consiste ese giro? ¿Puede decirse que el autor es un adelantado del feminismo?
4.      En las Conclusiones del Autor, Boccaccio se justifica asegurando que ha intentado moderar el lenguaje cuando había que abordar asuntos escabrosos. Visto lo cual, ¿qué significa el siguiente fragmento?:
Así, tan frecuentemente invitando la joven a Rústico y consolándolo al servicio de Dios, tanto le había quitado la lana del jubón que en tales ocasiones sentía frío  en que otro hubiera sudado; y por ello comenzó a decir a la joven que al diablo no había que castigarlo y meterlo en el infierno más que cuando él, por soberbia, levantase la cabeza.

TERCER RELATO > X-10

1.      Al revés de lo que ocurre en el cuento anterior, la esencia de esta historia es decididamente deleznable. Comenta por qué.
2.      Y sin embargo, el autor se sirve de un recurso narrativo para aligerar la crueldad del relato y ofrece, de paso, su verdadera opinión acerca de lo ocurrido en el mismo. ¿De qué recurso se trata?
3.      El relato se sitúa, ideológicamente, en las antípodas de III-3. ¿Qué sentido tiene? ¿Es coherente?
4.      La actitud de Gualtieri parece absurda: sin motivo alguno para dudad de la lealtad y obediencia de su mujer, la somete a una serie de pruebas humillantes para corroborar lo que ya sabe. ¿Qué sentido puede tener esa actitud?
5.      En un episodio del Quijote, Cervantes traza una secuencia que evoca en cierto modo el relato de Boccaccio. Dice así el pasake:
—Quiero, Sancho, que sepas que el famoso Amadís de Gaula fue uno de los más perfectos caballeros andantes. No he dicho bien fue uno: fue el solo, el primero, el único, el señor de todos cuantos hubo en su tiempo en el mundo. Digo asimismo que cuando algún pintor quiere salir famoso en su arte procura imitar los originales y esta mesma regla corre por todos los más oficios o ejercicios y así lo ha de hacer y hace el que quiere [*] alcanzar nombre de prudente y sufrido, imitando a Ulises, en cuya persona y trabajos nos pinta Homero un retrato vivo de prudencia y de sufrimiento, como también nos mostró Virgilio en persona de Eneas el valor de un hijo piadoso y la sagacidad de un valiente y entendido capitán. Desta mesma suerte, Amadís fue el norte, el lucero, el sol de los valientes y enamorados caballeros, a quien debemos de imitar todos aquellos que debajo de la bandera de amor y de la caballería militamos. Y una de las cosas en que más este caballero mostró su prudencia, valor, valentía, sufrimiento, firmeza y amor, fue cuando se retiró, desdeñado de la señora Oriana, a hacer penitencia en la Peña Pobre, mudado [*] su nombre en el de Beltenebros. Ansí que me es a mí más fácil imitarle en esto que no en hender gigantes, descabezar serpientes, matar endriagos [29], desbaratar ejércitos, fracasar armadas [30] y deshacer encantamentos. Y pues estos lugares son tan acomodados para semejantes efectos, no hay para qué se deje pasar la ocasión, que ahora con tanta comodidad me ofrece sus guedejas [31].
—En efecto —dijo Sancho—, ¿qué es lo que vuestra merced quiere hacer en este tan remoto lugar?
—¿Ya no te he dicho —respondió don Quijote— que quiero imitar a Amadís, haciendo aquí del desesperado, del sandio y del furioso [32], por imitar juntamente al valiente don Roldán, cuando halló en una fuente las señales de que Angélica la Bella había cometido vileza con Medoro [33], de cuya pesadumbre se volvió loco, y arrancó los árboles, enturbió las aguas de las claras fuentes, mató pastores, destruyó ganados, abrasó chozas, derribó casas, arrastró yeguas y hizo otras cien mil insolencias dignas de eterno nombre y escritura [34]? Y, puesto que yo no pienso imitar a Roldán, o Orlando, o Rotolando [*] (que todos estos tres nombres tenía) [35], parte por parte, en todas las locuras que hizo, dijo y pensó, haré el bosquejo como mejor pudiere en las que me pareciere ser más esenciales [36]. Y podrá ser que viniese a contentarme con sola la imitación de Amadís, que sin hacer locuras de daño, sino de lloros y sentimientos, alcanzó tanta fama como el que más.
—Paréceme a mí —dijo Sancho— que los caballeros que lo tal ficieron fueron provocados y tuvieron causa para hacer esas necedades y penitencias; pero vuestra merced ¿qué causa tiene para volverse loco? ¿Qué dama le ha desdeñado, o qué señales ha hallado que le den a entender que la señora Dulcinea del Toboso ha hecho alguna niñería con moro o cristiano [37]?
—Ahí está el punto —respondió don Quijote— y esa es la fineza de mi negocio [38], que volverse loco un caballero andante con causa, ni grado ni gracias [39]: el toque está en desatinar [*] sin ocasión y dar a entender a mi dama que si en seco hago esto ¿qué hiciera en mojado [40]?
(El Quijote, I-25)
6.      ¿Qué parecidos encuentras entre la actitud de Gualtieri y el caballero de La Mancha?

COLOFÓN

1.      En la Conclusión del Autor, al final de la obra, Boccaccio da respuesta a las posibles objeciones que pudieran hacerse a su obra. Sintetiza en un esquema tanto las objeciones como las explicaciones o justificaciones del autor.


EVALUACIÓN

-Señor mío, la cuestión que me proponéis es fina, y para poder deciros lo que pienso de ella querría contaros el cuentecillo que vais a oír. Si no me equivoco, me acuerdo de haber oído decir muchas veces que hubo una vez un hombre grande y rico que, entre las otras joyas más caras que tenía en su tesoro, tenía un anillo bellísimo y precioso al que, queriendo hacer honor por su valor y su belleza y dejarlo perpetuamente a sus descendientes ordenó que aquel de sus hijos a quien, habiéndoselo dejado él, le fuese encontrado aquel anillo, que se entendiese que él era su heredero y debiese ser por todos los demás honrado y reverenciado como a mayorazgo, ya que a quien fue dejado por éste guardó el mismo orden con sus descendiente e hizo tal como había hecho su predecesor. Y, en resumen, este anillo anduvo de mano en mano de muchos sucesores y últimamente llegó a las manos de uno que tenía tres hijos hermosos y virtuosos y muy obedientes al padre por lo que amaba a los tres por igual. Y los jóvenes, que conocían la costumbre del anillo, deseoso cada uno de ser el más honrado entre los suyos, cada uno por sí, como mejor sabían, rogaban al padre, que era ya viejo, que cuando sintiese llegar la muerte, a él le dejase el anillo. El honrado hombre, que por igual amaba a todos, no sabía él mismo elegir a cuál debiese dejárselo y pensó, habiéndoselo prometido a todos, en satisfacer a los tres: y secretamente a un buen orfebre le encargó otros dos, los cuales fueron tan semejantes al primero que el mismo que los había hecho hacer apenas distinguía cuál fuese el verdadero.
(Decamerón, I-3)

  1. Expón el contenido del fragmento y relaciónalo con el relato del que se ha extraído (2 puntos).
  2. Analiza los aspectos formales del texto (1 punto).
  3. Comenta la producción literaria del autor con atención especial a la obra seleccionada (2 puntos).
  4. Sitúa al autor en su contexto histórico-literario (2 puntos).

jueves, 1 de noviembre de 2012

2A > Tristana




SLECCIÓN

CAPÍTULO I

En el populoso barrio de Chamberí, más cerca del Depósito de Aguas que de Cuatro Caminos, vivía, no ha muchos años, un hidalgo de buena estampa y nombre peregrino; no aposentado en casa solariega, pues por allí no las hubo nunca, sino en plebeyo cuarto de alquiler de los baratitos, con ruidoso vecindario de taberna, merendero, cabrería y estrecho patio interior de habitaciones numeradas. La primera vez que tuve conocimiento de tal personaje y pude observar su catadura militar de antiguo cuño, algo así como una reminiscencia pictórica de los tercios viejos de Flandes, dijéronme que se llamaba don Lope de Sosa, nombre que trasciende al polvo de los teatros o a romance de los que traen los librillos de retórica; y, en efecto, nombrábanle así algunos amigos maleantes; pero él respondía por don Lope Garrido. Andando el tiempo, supe que la partida de bautismo rezaba don Juan López Garrido, resultando que aquel sonoro don Lope era composición del caballero, como un precioso afeite aplicado a embellecer la personalidad; y tan bien caía en su cara enjuta, de líneas firmes y nobles, tan buen acomodo hacía el nombre con la espigada tiesura del cuerpo, con la nariz de caballete, con su despejada frente y sus ojos vivísimos, con el mostacho entrecano y la perilla corta, tiesa y provocativa, que el sujeto no se podía llamar de otra manera. O había que matarle o decirle don Lope.

CAPÍTULO III

El tiempo corto que mediaba entre mudanza y mudanza empleábalo Josefina (madre de Tristana) en lavar y fregotear cuanto cogía por delante, movida de escrúpulos nerviosos y de ascos hondísimos, más potentes que una fuerte impulsión instintiva. No daba la mano a nadie, temerosa de que le pegasen herpetismo o pústulas repugnantes. No comía más que huevos, después de lavarles el cascarón, y recelosa siempre de que la gallina que los puso hubiera picoteado en cosas impuras. Una mosca la ponía fuera de sí. Despedía las criadas cada lunes y cada martes por cualquier inocente contravención de sus extravagantes métodos de limpieza. No le bastaba con deslucir los muebles a fuerza de agua y estropajo; lavaba también las alfombras, los colchones de muelles, y hasta el piano, por dentro y por fuera. Rodeábase de desinfectantes y antisépticos, y hasta en la comida se advertían tufos de alcanfor. Con decir que lavaba los relojes está dicho todo. A su hija la zambullía en el baño tres veces al día, y el gato huyó bufando de la casa, por no hallarse con fuerzas para soportar los chapuzones que su ama le imponía.

CAPÍTULO V

-¡Ay, no, señorita, no pensaba tal cosa! -replicó la doméstica prontamente-. Siempre se encuentran unos pantalones para todo, inclusive para casarse. Yo me casé una vez, y no me pesó; pero no volveré por agua a la fuente de la vicaría. Libertad, tiene razón la señorita, libertad, aunque esta palabra no suena bien en boca de mujeres. ¿Sabe la señorita cómo llaman a las que sacan los pies del plato? Pues las llaman, por buen nombre, libres. De consiguiente, si ha de haber un poco de reputación, es preciso que haya dos pocos de esclavitud. Si tuviéramos oficios y carreras las mujeres, como los tienen esos bergantes de hombres, anda con Dios. Pero, fíjese, sólo tres carreras pueden seguir las que visten faldas: o casarse, que carrera es, o el teatro... vamos, ser cómica, que es buen modo de vivir, o... no quiero nombrar lo otro. Figúreselo.


CAPÍTULO VII

Los domingos no quedaba bicho viviente en casa, y todas las vías de Chamberí, los altos de Maudes, las avenidas del   Hipódromo y los cerros de Amaniel hormigueaban de gente. Por la carretera no cesaba el presuroso desfile hacia los merenderos de Tetuán. Un domingo de aquel hermoso octubre, Saturna y Tristana fueron a esperar a los hospicianos en la calle de Ríos Rosas, que enlaza los altos de Santa Engracia con la Castellana. Unos se pegaron a las madres, que les habían venido siguiendo desde lejos; otros armaron al instante la indispensable corrida de novillos de puntas, con presidencia, chiquero, apartado, callejones, barrera, música del hospicio y demás perfiles. A la sazón pasaron por allí, viniendo de la Castellana, los sordomudos, en grupos de mudo y ciego, con sus gabanes azules y galonada gorra. En cada pareja, los ojos del mudo valían al ciego para poder andar sin tropezones; se entendían por el tacto con tan endiabladas garatusas, que causaba maravilla verlos hablar.

CAPÍTULO VIII

Además de cartearse a diario con verdadero ensañamiento, se veían todas las tardes. Tristana salía con Saturna, y él las aguardaba un poco más acá de Cuatro Caminos. La criada los dejaba partir solos, con bastante pachorra y discreción bastante para esperarlos todo el tiempo que emplearan ellos en divagar por las verdes márgenes de la acequia del oeste o por los cerros áridos de Amaniel, costeando el canal del Lozoya. Él iba de capa, ella de velito y abrigo corto, de bracete, olvidados del mundo y de sus fatigas y vanidades, viviendo el uno para el otro y ambos para un yo doble, soñando paso a paso, o sentaditos en extático grupo. De lo presente hablaban mucho; pero la autobiografía se infiltraba sin saber cómo en sus charlas dulces y confiadas, todas amor, idealismo y arrullo, con alguna queja mimosa o petición formulada de pico a pico por el egoísmo insaciable, que exige promesas de querer más, más, y a su vez ofrece increíbles aumentos de amor, sin ver el límite de las cosas humanas.


CAPÍTULO X

Con estas cosas, no menos que con sus arranques de mal genio, don Lope llegó a inspirar a su cautiva un aborrecimiento sordo y profundo, que a veces se disfrazaba de menosprecio, a veces de repugnancia. Horriblemente hastiada de su compañía, contaba los minutos esperando el momento en que solía echarse a la calle. Causábale espanto la idea de que cayese enfermo, porque entonces no saldría, ¡Dios bendito!, y ¿qué sería de ella presa, sin poder...? No, no, esto era imposible. Habría paseíto, aunque don Lope enfermase o se muriera. Por las noches, casi siempre fingía Tristana dolor de cabeza para retirarse pronto de la vista y de las odiosas caricias del don Juan caduco. «Y lo raro es -decía la niña, a solas con su pasión y su conciencia- que si este hombre comprendiera que no puedo quererle, si borrase la palabra amor de nuestras relaciones, y estableciera entre los dos... otro parentesco, yo le querría, sí, señor, le querría, no sé cómo, como se quiere a un buen amigo, porque él no es malo, fuera de la perversidad monomaníaca de la persecución de mujeres. Hasta le perdonaría yo el mal que me ha hecho, mi deshonra, se lo perdonaría de todo corazón, sí, sí, con tal que me dejase en paz... Dios mío, inspírale que me deje en paz, y yo le perdonaré, y hasta le tendré cariño, y seré como las hijas demasiado humildes que parecen criadas, o como las sirvientas leales, que ven un padre en el amo que les da de comer».
…..

Mirando a lo inmediato y positivo, Horacio la incitaba a subir con él al estudio, demostrándole la comodidad y reserva que aquel local les ofrecía para pasar juntos la tarde. ¡Flojitas ganas tenía ella de ver el estudio! (EIL) Pero tan grande como su deseo era su temor de encariñarse demasiado con el nido, y sentirse en él tan bien que no pudiera abandonarlo. Barruntaba lo que en la vivienda de su ídolo, vecina de los pararrayos, según Saturna, podría pasarle; es decir, no lo barruntaba, lo veía tan claro que más no podía ser. Y le asaltaba el recelo amarguísimo de ser menos amada después de lo que allí sucediera, como se pierde el interés del jeroglífico después de descifrado; recelaba también que el caudal de su propio cariño disminuyera prodigándose en el grado supremo.

CAPÍTULO XI

Terminada la comida, retirose a su cuarto y encendió un puro, llamando a Tristana para que le hiciese compañía; y estirándose en la butaca, le dijo estas palabras, que hicieron temblar a la joven:
-No es sólo Saturna la que tiene un idilio nocturno por ahí. Tú también lo tienes. No, si nadie me ha dicho nada... Pero te lo conozco; hace días que te lo leo... en la cara, en la voz.
Tristana palideció. Su blancura de nácar tomó azuladas tintas a la luz del velón con pantalla que alumbraba el gabinete. Parecía una muerta hermosísima, y se destacaba sobre el sofá con el violento escorzo de una figura japonesa, de esas cuya estabilidad no se comprende, y que parecen cadáveres risueños pegados a un árbol, a una nube, a incomprensibles fajas decorativas. Puso fin en su cara exangüe una sonrisilla forzada, y sobrecogida contestó: «Te equivocas... yo no tengo...». Don Lope se le imponía de tal modo, y la fascinaba con tan misteriosa autoridad, que ante él, aun con tantas razones para rebelarse, no sabía tener ni un respiro de voluntad.

CAPÍTULO XII

«Por fin -dijo en alta voz, después de una pausa, en la cual juzgó y pesó la frialdad de su cautiva-, quedamos en que no tienes maldita gana de contarme tu idilio. Eres tonta. Sin hablar, me lo estás contando con la repugnancia que tienes de mí y que no puedes disimular. Entendido, hija, entendido. No estoy acostumbrado a inspirar asco, francamente, ni soy hombre que gusta de echar tantos memoriales para obtener lo que le corresponde. No me estimo en tan poco. ¿Qué pensabas? ¿Que te iba a pedir de rodillas...? Guarda tus encantos juveniles para algún otro monigote de estos de ahora, sí, de estos que no podemos llamar hombres sin acortar la palabra o estirar la persona. Vete a tu cuartito y medita sobre lo que hemos hablado. Bien podría suceder que tu idilio me resultara indiferente... mirándolo yo como un medio fácil de que aprendieras, por demostración experimental, lo que va de hombre a hombre... Pero bien podría suceder también que se me indigestara, y que sin atufarme mucho, porque el caso no lo merece, como quien aplasta hormigas, te enseñara yo...
Indignose tanto la niña de aquella amenaza, y hubo de encontrarla tan insolente, que sintió resurgir de su pecho el odio que en ocasiones su tirano le inspiraba. Y como las tumultuosas apariciones de aquel sentimiento le quitaban por ensalmo la cobardía, se sintió fuerte ante él, y le soltó redonda una valiente respuesta: «Pues mejor: no temo nada. Mátame cuando quieras».

CAPÍTULO XIV

«Es muy particular lo que me pasa: aprendo fácilmente las cosas difíciles; me apropio las ideas y las reglas de un arte... hasta de una ciencia, si me apuras; pero no puedo enterarme de las menudencias prácticas de la vida. Siempre que compro algo, me engañan; no sé apreciar el valor de las cosas; no tengo ninguna idea de gobierno, ni de orden, y si Saturna no se entendiera con todo en mi casa, aquello sería [113] una leonera. Es  indudable que cada cual sirve para una cosa; yo podré servir para muchas, pero para esa está visto que no valgo. Me parezco a los hombres en que ignoro lo que cuesta una arroba de patatas y un quintal de carbón. Me lo ha dicho Saturna mil veces, y por un oído me entra y por otro me sale. ¿Habré nacido para gran señora? Puede que sí. Como quiera que sea, me conviene aplicarme, aprender todo eso, y, sin perjuicio de poseer un arte, he de saber criar gallinas y remendar la ropa. En casa trabajo mucho, pero sin iniciativa. Soy pincha de Saturna, la ayudo, barro, limpio y fregoteo, eso sí; pero ¡desdichada casa si yo mandara en ella! Necesito aprenderlo, ¿verdad? El maldito don Lope ni aun eso se ha cuidado de enseñarme. Nunca he sido para él más que una circasiana comprada para su recreo, y se ha contentado con verme bonita, limpia y amable».


CAPÍTULO XVI

De él a ella:

«Hijita, ¡qué días paso! Hoy quise pintar un burro, y me salió... algo así como un pellejo de vino con orejas. Estoy de remate; no veo el color, no veo la línea, más que a mi Restituta, que me encandila los ojos con sus monerías. Día y noche me persigue la imagen de mi monstrua serrana, con todo el pesquis del Espíritu Santo y toda la sal del botiquín (…)
Haz el favor de no decirme que tú no vales, que eres un cero. ¡Ceritos a mí! Pues yo te digo, aunque la modestia te salga a la cara como una aurora boreal, yo te digo, ¡oh Restituta!, que todos los bienes del mundo son una perra chica comparados con lo que tú vales; y que todas las glorias humanas, soñadas por la ambición y perseguidas por la fortuna, son un zapato viejo comparadas con la gloria de ser tu dueño... No me cambio por nadie... No, no, digo mal: quisiera ser Bismarck para crear un imperio, y hacerte a ti emperatriz. Chiquilla, yo seré tu vasallo humilde; pisotéame, escúpeme, y manda que me azoten».

De ella a él:

«... Ni en broma me digas que puede mi señó Juan dejar de quererme. No conoces tú bien a tu Panchita de Rímini, que no se asusta de la muerte, y se siente con valor para suicidarse a sí misma con la mayor sal del mundo. Yo me mato como quien se bebe un vaso de agua. En fin, que no me vuelvas a decir eso de quererme un poquito menos, porque mira tú... ¡si vieras qué bonita colección de revólveres tiene mi don Lepe! Y te advierto que los sé manejar, y que si me atufo, ¡pim!, me voy a dormir la siesta con el Espíritu Santo...».
¡Y cuando el tren traía y llevaba todo este cargamento de sentimentalismo, no se inflamaban los ejes del coche-correo ni se disparaba la locomotora, como corcel en cuyos ijares aplicaran espuelas calentadas al rojo! Tantos ardores permanecían latentes en el papelito en que estaban escritos.


CAPÍTULO XVII

Aspiro a no depender de nadie, ni del hombre que adoro. No quiero ser su manceba, tipo innoble, la hembra que mantienen algunos individuos para que les divierta, como un perro de caza; ni tampoco que el hombre de mis ilusiones se me convierta en marido. No veo la felicidad en el matrimonio. Quiero, para expresarlo a mi manera, estar casada conmigo misma, y ser mi propia cabeza de familia. No sabré amar por obligación; sólo en la libertad comprendo mi fe constante y mi adhesión sin límites. Protesto, me da la gana de protestar contra los hombres, que se han cogido todo el mundo por suyo, y no nos han dejado a nosotras más que las veredas estrechitas por donde ellos no saben andar...

CAPÍTULO XIX

Lady Macbeth: The raven himself is hoarse // That croaks the fatal entrance of Duncan //
Under my battlements. Come, you spirits // That tend on mortal thoughts, unsex me here, //
And fill me from the crown to the toe topful // Of direst cruelty!
                                                                                                                                             (Shakespeare, Macbeth)

“Unsex me here” > leit-motiv de Tristana en sus cartas a Horacio: “Quítame mi condición de mujer (y así me sentiré libre para matar al rey Duncan- don Lope)”.

CAPÍTULO XX

-¿Qué tal, mona? -le dijo don Lope, acariciándole la barbilla y sentándose a su lado-. Mejor, ¿verdad? Me ha dicho Miquis que ahora vas bien, y que el mucho dolor es señal de mejoría. Claro, ya no tienes aquel dolor sordo, profundo, ¿verdad? Ahora te duele, te duele de firme; pero como una desolladura... eso es. Yo tengo confianza; tenla tú también. ¿Quieres más libros para distraerte? ¿Quieres dibujar? Pide por esa boca. ¿Tráigote comedias para que vayas estudiando tus papeles? (Tristona hacía signos negativos de cabeza.) Bueno, pues te traeré novelas bonitas o libros de Historia. Ya que has empezado a llenar tu cabeza de sabiduría, no te quedes a la mitad A mí me da el corazón que has de ser una mujer extraordinaria. ¡Y yo tan bruto, que no comprendí desde el principio tus grandes facultades! No me lo perdonaré nunca.
        -Todo perdonado -murmuró Tristana con señales de profundo aburrimiento.
        -Y ahora, ¿comemos? ¿Tienes ganita? ¿Que no? Pues, hija, hay que hacer un esfuerzo. Ya que no otra
cosa, el caldo y la copita de jerez. ¿Te chuparías una patita de gallina? ¿Que no? Pues no insisto... Ahora, si la egregia Saturna quiere darme algún alimento, se lo agradeceré. No tengo muchas ganas; pero me siento desfallecido y algo hay que echar al cuerpo miserable (...).
….

- Es inútil que niegues lo que declara tu turbación. No sé nada y lo sé todo. Ignoro y adivino. El corazón de la mujer no tiene secretos para mí. He visto mucho mundo. No te pregunto quién es el caballerito, ni me importa saberlo. Conozco la historia, que es de las más viejas, de las más adocenadas y vulgares del humano repertorio. El tal te habrá vuelto tarumba con esa ilusión cursi del matrimonio, buena para horteras y gente menuda. Te habrá hablado del altarito, de las bendiciones y de la vida chabacana y obscura, con sopa boba, criaturitas, ovillito de algodón, brasero, camillita y demás imbecilidades. Y si tú te tragas semejante anzuelo, haz cuenta que te pierdes, que echas a rodar tu porvenir y le das una bofetada a tu destino...


CAPÍTULO XXI

«Aunque no me lo digas, sé que eres como debes ser. Lo siento en mí. Tu inteligencia sin par, tu genio artístico, lanzan sus chispazos dentro de mi propio cerebro. Tu sentimiento elevadísimo del bien, en mi propio corazón parece que ha hecho su nido... ¡Ay, para que veas la virtud del espíritu! Cuando pienso mucho en ti, se me quita el dolor. Eres mi medicina, o al menos un anestésico que mi doctor no entiende. ¡Si vieras...! Miquis se pasma de mi serenidad. Sabe que te adoro; pero no conoce lo que vales, ni que eres el pedacito más selecto de la divinidad. Si lo supiera, sería parco en recetar calmantes, menos activos que la idea de ti... He metido en un puño el dolor, porque necesitaba reposo para escribirte. Con mi fuerza de voluntad, que es enorme, y con el poder del pensamiento, consigo algunas treguas. Llévese el demonio la pierna. Que me la corten. Para nada la necesito. Tan espiritualmente amaré con una pierna como con dos... como sin ninguna».

CAPÍTULO XXII

La misma Tristana se le adelantó, diciendo con aparente serenidad: «Comprendido, doctor... Esta... no la cuento. No me importa. La muerte me gusta; se me está haciendo simpática. Tanto padecer va consumiendo las ganas de vivir... Hasta anoche, figurábaseme que el vivir es algo bonito... a veces... Pero ya me encariño con la idea de que lo más gracioso es morirse... no sentir dolor... ¡qué delicia, qué gusto!». Echose a llorar, y el bravo don Lepe necesitó evocar todo su coraje para no hacer pucheros.

CAPÍTULO XXIV

 Contra su deseo, que a la casa le amarraba, don Lope salía muy a menudo, movido de la necesidad, que en aquellas tristes circunstancias llenaba de amargura y afanes su existencia. Los gastos enormes de la enfermedad de la niña consumieron los míseros restos de su esquilmada fortuna, y llegaron días, ¡ay!, en que el noble caballero tuvo que violentar su delicadeza y desmentir su carácter, llamando a la puerta de un amigo con  retensiones que le parecían ignominiosas. Lo que padeció el infeliz señor no es para referido. En pocos días quedose como si le echaran cinco años más encima. «¡Quién me lo había de decir... Dios mío... yo... Lope Garrido, descender a...! ¡Yo, con mi orgullo, con mi idea puntillosa de la dignidad, rebajarme a pedir ciertos favores...! Y llegará el día en que la insolvencia me ponga en el trance de solicitar lo que no he de poder restituir... Bien sabe Dios que sólo por sostener a esta pobre niña y alegrar su existencia soporto tanta vergüenza y degradación. Me pegaría un tiro y en paz. ¡Al otro mundo con mi alma, al hoyo con mis cansados huesos! Muerte y no vergüenza... Mas las circunstancias disponen lo contrario: vida sin dignidad. No lo hubiera creído nunca. Y luego dicen que el carácter... No, no creo en los caracteres. No hay más que hechos, accidentes. La vida de los demás es molde de nuestra propia vida y troquel de nuestras acciones».

CAPÍTULO XXV

-Saturna -replicó don Lope, golpeando en la mesa con el mango del cuchillo-. Lo tengo más grande que la copa de un pino, más grande que esta casa y más grande que el Depósito de Aguas, que ahí enfrente está.
-Pues entonces... pelillos a la mar. Ya no es usted joven, gracias a Dios; digo... por desgracia. No sea el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Si quiere que Dios le perdone todas sus barrabasadas y picardías, tanto engaño de mujeres y burla de maridos, hágase cargo de que los jóvenes son jóvenes, y de que el mundo y la vida y las cositas buenas son para los que empiezan a vivir, no para los que acaban... Con que tenga un... ¿cómo se dice?, un rasgo, don Lepe, digo, don Lope... y... 
En vez de incomodarse, al infeliz caballero le dio por tomarlo a buenas.
-¿Con que un rasgo...? Vamos a ver: ¿y de dónde sacas tú que yo soy tan viejo? ¿Crees  que no sirvo ya para nada? Ya quisieran muchas, tú misma, con tus cincuenta...».
-¡Cincuenta! Quite usted jierro, señor.
-Pongamos treinta... y cinco.
-Y dos. Ni uno más. ¡Vaya!
-Pues quédese en lo que quieras. Pues digo que tú misma, si yo estuviese de humor y te... No, no te ruborices... ¡Si pensarás que eres un esperpento!... No; arreglándote un poquito, resultarías muy aceptable.  Tienes unos ojos que ya los quisieran más de cuatro.
-Señor... vamos... Pero qué... ¿también a mí me quiere camelar? -dijo la doméstica, familiarizándose tanto, que no vaciló en dejar a un lado de la mesa la fuente vacía de la carne y sentarse frente a su amo, los brazos en jarras.
-No... no estoy ya para diabluras. No temas nada de mí. Me he cortado la coleta y ya se acabaron las bromas y las cositas malas. Quiero tanto a la niña que desde luego convierto en amor de padre el otro amor, ya sabes... y soy capaz, por hacerla dichosa, de todos los rasgos, como tú dices, que... En fin, ¿qué hay?... ¿Ese mequetrefe...?
-Por Dios, no le llame así. No sea soberbio. Es muy guapo.
-¿Qué sabes tú lo que son hombres guapos?
-Quítese allá. Toda mujer sabe de eso. ¡Vaya! Y sin comparar, que es cosa fea, digo que don Horacio es un buen mozo... mejorando lo presente. Que usted fue el acabose, por sabido se calla; pero eso pasó. Mírese al espejo y verá que ya se le fue la hermosura. No tiene más remedio que reconocer que el pintorcito...

CAPÍTULO XXVI

-¿Qué?... Por Dios, caballero Díaz, no me sonroje usted ¿Cómo consentir...?
-Tómelo usted por donde quiera... ¿Qué quiere decirme?... ¿que es una indelicadeza proponer que sean de mi cuenta los gastos de la enfermedad de Tristana? Pues hace usted mal, muy mal, en pensarlo así. Acéptelo, y después seremos más amigos.
-¿Más amigos, caballero Díaz? ¡Más amigos después de probar que yo no tengo vergüenza!
-¡Don Lope, por amor de Dios!
-Don Horacio... basta.
-Y en último caso, ¿por qué no se me ha de permitir que regale a mi amiguita un órgano expresivo de superior calidad, de lo mejor en su género; que le añada una completa biblioteca musical para órgano, comprendiendo estudios, piezas fáciles y de concierto, y que por fin, corra de mi cuenta el profesor?...
-Eso... ya... Vea usted cómo transijo. Se admite el regalo del instrumento y de los papeles. Lo del profesor no puede ser, caballero Díaz.
-¿Por qué?
-Porque se regala un objeto, como testimonio de afectos presentes o pasados; pero no sé yo de nadie que obsequie con lecciones de música.
-Don Lope... déjese de distingos.
-A ese paso, llegaría usted a proponerme costearle la ropa y a señalarle alimentos... y esto, con franqueza, paréceme denigrante para mí... a menos que usted viniera con propósitos y fines de cierto género.

CAPÍTULO XXVII

Propúsole Horacio enviarle un carrito de mano para que paseara, y no acogió mal la niña este ofrecimiento, que se hizo efectivo dos días después, aunque no se utilizó sino a los tres o cuatro meses de regalado el vehículo. Lo más triste de todo cuanto allí ocurría era que Horacio dejó de ser asiduo en sus visitas. La retirada fue tan lenta y gradual que apenas se notaba. Empezó por faltar un día, excusándose con ocupaciones imprescindibles; a la siguiente semana hizo novillos dos veces; luego tres, cinco... y por fin, ya no se contaron los días que faltaba, sino los que iba. No parecía Tristana muy contrariada de estas faltillas; recibíale siempre afectuosa, y le veía partir sin aparente disgusto. Jamás le preguntaba el motivo de sus ausencias, ni menos le reñía por ellas. Otra circunstancia digna de notarse era que jamás hablaban de lo pasado: uno y otro parecían acordes en dar por fenecida y rematada definitivamente aquella novela, que sin duda les resulta inverosímil y falsa, produciendo efecto semejante al que nos causan en la edad madura los libros de entretenimiento que nos han entusiasmado y enloquecido en la juventud.





CAPÍTULO XXIX

Y el señor de Garrido, al mejorar de fortuna, tomó una casa mayor en el mismo paseo del Obelisco, la cual tenía un patio con honores de huerta. Revivió el anciano galán con el nuevo estado; parecía menos chocho, menos lelo, y sin saber cómo ni cuándo, próximo al acabamiento de su vida, sintió que le nacían inclinaciones que nunca tuvo, manías y querencias de pacífico burgués. Desconocía completamente aquel ardiente afán que le entró de plantar un arbolito, no parando hasta lograr su deseo, hasta ver que el plantón arraigaba y se cubría de frescas hojas. Y el tiempo que la señora pasaba en la iglesia rezando, él, un tanto desilusionado ya de su afición religiosa, empleábalo en cuidar las seis gallinas y el arrogante gallo que en el patinillo tenía. ¡Qué deliciosos instantes! ¡Qué grata emoción... ver si ponían huevo, si este era grande, y, por fin, preparar la echadura para sacar pollitos, que al fin salieron, ¡ay!, graciosos, atrevidos y con ánimos para vivir mucho! don Lope no cabía en sí de contento, y Tristana participaba de su alborozo. Por aquellos días, entrole a la cojita una nueva afición: el arte culinario en su rama importante de repostería. Una maestra muy hábil enseñole dos o tres tipos de pasteles, y los hacía tan bien, tan bien, que don Lope, después de catarlos, se chupaba los dedos, y no cesaba de alabar a Dios. ¿Eran felices uno y otro?... Tal vez.