martes, 23 de noviembre de 2010

4A - LARRA > "La diligencia" y RENFE

Reportaje al modo de los artículos de costumbres de Larra

(Los trabajos deberán ir firmados con pseudónimo)

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La diligencia
 (Mariano José de Larra)


Cuando nos quejamos de que «esto no marcha», y de que la España no progresa, no hacemos más que enunciar una idea relativa; generalizada la proposición de esa suerte, es evidentemente falsa; reducida a sus límites verdaderos, hay un gran fondo de verdad en ella.
Así como no notamos el movimiento de la tierra, porque todos vamos envueltos en él, así no echamos de ver tampoco nuestros progresos. Sin embargo, ciñéndonos al objeto de este artículo, recordaremos a nuestros lectores que no hace tantos años carecíamos de multitud de ventajas, que han ido naciendo por sí solas y colocándose en su respectivo lugar; hijas de la época, secuelas indispensables del adelanto general del mundo. Entre ellas, es acaso la más importante la facilitación de las comunicaciones entre los pueblos apartados; los tiranos, generalmente cortos de vista, no han considerado en las diligencias más que un medio de transportar paquetes y personas de un pueblo a otro; seguros de alcanzar con su brazo de hierro a todas partes, se han sonreído imbécilmente al ver mudar de sitio a sus esclavos; no han considerado que las ideas se agarran como el polvo a los paquetes y viajan también en diligencia. Sin diligencias, sin navíos, la libertad estaría todavía probablemente encerrada en los Estados Unidos. La navegación la trajo a Europa; las diligencias han coronado la obra; la rapidez de las comunicaciones ha sido el vínculo que ha reunido a los hombres de todos los países; verdad es que ese lazo de los liberales lo es también de sus contrarios; pero ¿qué importa? La lucha es así general y simultánea; sólo así puede ser decisiva (…)

No es fácil imaginar qué multitud de ideas sugiere el patio de las diligencias; yo por mi parte me he convencido que es uno de los teatros más vastos que puede presentar la sociedad moderna al escritor de costumbres.
Todo es allí materiales, pero hechos ya y elaborados; no hay sino ver y coger. A la entrada le llama a usted ya la atención un pequeño aviso que advierte, pegado en un poste, que nadie puede entrar en el establecimiento público sino los viajeros, los mozos que traen sus fardos, los dependientes y las personas que vienen a despedir o recibir a los viajeros; es decir, que allí sólo puede entrar todo el mundo. Al lado numerosas y largas tarifas indican las líneas, los itinerarios, los precios; aconsejaremos sin embargo a cualquiera, que reproduzca, al ver las listas impresas, la pregunta de aquel palurdo que iba a entrar años pasados en el Botánico con chaqueta y palo, y a quien un dependiente decía:
–No se puede pasar con ese traje; ¿no ve el cartel puesto de ayer?
–Sí, señor –contestó el palurdo–, pero... ¿eso rige todavía?
Lea, pues, el curioso las tarifas y pregunte luego: verá cómo no hay carruajes para muchas de las líneas indicadas; pero no se desconsuele, le dirán la razón.
–¡Como los facciosos están por ahí, y por allí, y por más allá!
Esto siempre satisface; verá además cómo los precios no son los mismos que cita el aviso; en una palabra, si el curioso quiere proceder por orden, pregunte y lea después, y si quiere atajar, pregunte y no lea. La mejor tarifa es un dependiente; podrá suceder que no haya quien dé razón; pero en ese caso puede volver a otra hora, o no volver si no quiere.
El patio comienza a llenarse de viajeros y de sus familias y amigos; los unos se distinguen fácilmente de los otros. Los viajeros entran despacio; como muy enterados de la hora, están ya como en su casa; los que vienen a despedirles, si no han venido con ellos, entran deprisa y preguntando:
–¿Ha marchado ya la diligencia? ¡Ah, no; aquí está todavía!
Los primeros tienen capa o capote, aunque haga calor; echarpe al cuello y gorro griego o gorra si son hombres; si son mujeres, gorro o papalina, y un enorme ridículo[1]; allí va el pañuelo, el abanico, el dinero, el pasaporte, el vaso de camino, las llaves, ¡qué más sé yo!
A la derecha del patio se divisa una pequeña habitación; agrupados allí los viajeros al lado de sus equipajes, piensan el último momento de su estancia en la población; media hora falta sólo; una niña –¡qué joven, qué interesante!–, apoyada la mejilla en la mano, parece exhalar la vida por los ojos cuajados en lágrimas; a su lado el objeto de sus miradas procura consolarla, oprimiendo acaso por última vez su lindo pie, su trémula mano...
–Vamos, niña –dice la madre, robusta e impávida matrona, a quien nadie oprime nada, y cuya despedida no es la primera ni la última–, ¿a qué vienen esos llantos? No parece sino que nos vamos del mundo.
Un militar que va solo examina curiosamente las compañeras de viaje; en su aire determinado se conoce que ha viajado y conoce a fondo todas las ventajas de la presión de una diligencia. Sabe que en diligencia el amor sobre todo hace mucho camino en pocas horas. La naturaleza, en los viajes, desnuda de las consideraciones de la sociedad, y muchas veces del pudor, hijo del conocimiento de las personas, queda sola y triunfa por lo regular. ¿Cómo no adherirse a la persona a quien nunca se ha visto, a quien nunca se volverá acaso a ver, que no le conoce a uno, que no vive en su círculo, que no puede hablar ni desacreditar, y con quien se va encerrado dentro de un cajón dos, tres días con sus noches? Luego parece que la sociedad no está allí; una diligencia viene a ser para los dos sexos una isla desierta; y en las islas desiertas no sería precisamente donde tendríamos que sufrir más desaires de la belleza. Por otra parte, ¡qué franqueza tan natural no tiene que establecerse entre los viajeros! ¡Qué multitud de ocasiones de prestarse mutuos servicios! ¡Cuántas veces al día se pierde un guante, se cae un pañuelo, se deja olvidado algo en el coche o en la posada! ¡Cuántas veces hay que dar la mano para bajar o subir! Hasta el rápido movimiento de la diligencia parece un aviso secreto de lo rápida que pasa la vida, de lo precioso que es el tiempo; todo debe ir deprisa en diligencia. Una salida de un pueblo deja siempre cierta tristeza que no es natural al hombre; sabido es que nunca está el corazón más dispuesto a recibir impresiones que cuando está triste: los amigos, los parientes que quedan atrás dejan un vacío inmenso. ¡Ah! ¡La naturaleza es enemiga del vacío!
(…)
Por fin, se adelanta la diligencia, se aplica la escalera a sus costados, y la baca recibe en su seno los paquetes; en menos de un minuto está dispuesta la carga, y salen los caballos lentamente a colocarse en su puesto. Es de ver la impasibilidad del conductor a las repetidas solicitudes de los viajeros.
–A ver, esa maleta; que vaya donde se pueda sacar.
–Que no se moje ese baúl.
–Encima ese saco de noche.
–Cuidado con la sombrerera.
–Ese paquete, que es cosa delicada.
Todo lo oye, lo toma, lo encajona, a nadie responde; es un tirano en sus dominios.
–La hoja, señores, ¿tienen ustedes todos sus pasaportes? ¿Están todos? Al coche, al coche.
Se suceden los últimos abrazos, se renuevan los últimos apretones de manos; los hombres tienen vergüenza de llorar y se reprimen, y las mujeres lloran sin vergüenza.
–Vamos, señores –repite el conductor; y todo el mundo se coloca.
La niña, anegada en lágrimas, cae entre su madre y un viejo achacoso que va a tomar las aguas; la bella casada entre una actriz que va a las provincias, y que lleva sobre las rodillas una gran caja de cartón con sus preciosidades de reina y princesa, y una vieja monstruosa que lleva encima un perro faldero, que ladra y muerde por el pronto como si viese al aguador, y que hará probablemente algunas otras gracias por el camino. El militar se arroja de mal humor en el cabriolé, entre un francés que le pregunta: «¿Tendremos ladrones?» y un fraile corpulento, que con arreglo a su voto de humildad y de penitencia, va a viajar en estos carruajes tan incómodos. La rotonda va ocupada por el hombre de las provisiones; una robusta señora que lleva un niño de pecho, y un bambino de cuatro años, que salta sobre sus piernas para asomarse de continuo a la ventanilla; una vieja verde, llena de años y de lazos, que arregla entre las piernas del suculento viajero una caja de un loro, e hinca el codo, para colocarse, en el costado de un abogado, el cual hace un gesto, y vista la mala compañía en que va, trata de acomodarse para dormir, como si fuera ya juez. Empaquetado todo el mundo se confunden en el aire los ladridos del perrito, la tos del fraile, el llanto de la criatura; las preguntas del francés, los chillidos del bambino, que arrea los caballos desde la ventanilla, los sollozos de la niña, los juramentos del militar, las palabras enseñadas del loro, y multitud de frases de despedida.
–Adiós.
–Hasta la vuelta.
–Tantas cosas a Pepe.
–Envíame el papel que se ha olvidado.
–Que escribas en llegando.
–Buen viaje.
Por fin suena el agudo rechinido del látigo, la mole inmensa se conmueve y, estremeciendo el empedrado, se emprende el viaje, semejante en la calle a una casa que se desprendiese de las demás con todos sus trastos e inquilinos a buscar otra ciudad en donde empotrarse de nuevo.

Revista Mensajero, n.º 47, 16 de abril de 1835. Firmado: Fígaro.



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  1. Aunque Larra es sin duda un escritor romántico, su formación francesa e ‘ilustrada’ se trasluce en el espíritu reformador de sus artículos, en los que critica el atraso de España en las costumbres y modos de vida. Comenta  en qué medida deja ver Larra su espíritu reformador.
  2. ¿Qué aspectos de la vida cotidiana critica posteriormente?
  3. A continuación, el reportero identifica la diligencia como un microcosmos en el que se concentran algunas características del Romanticismo. Selecciona esos detalles y alusiones.
  4. El último párrafo de la segunda página es un claro ejemplo de dinamismo narrativo cuajado de buen humor; dicho de otro modo, es un pasaje ‘divertido’. ¿Qué recursos lingüísticos y literarios utiliza el autor para conseguir ese objetivo?
  5. Tomando como referencia de partida el artículo "La diligencia" (de Larra), escribimos (en una página, es decir, unas 500 palabras, con letra Arial o Times del 12) un reportaje de tono romántico, sustituyendo la diligencia por un tren que sale de la estación de Sol. En el texto tienes que combinar la descripción del ambiente dinámico y bullicioso de la estación con la narración de una historia romántica entre dos viajeros (y recuerda que la estética del Romanticismo presenta ingredientes variados), una historia que empieza y termina en el lapso de tiempo que dura el viaje.

    Planifica detenidamente tu texto (el contenido y la estructura, sobre todo).

   Redacta sin prisas, cuidando el léxico y la ortografía (activa la opción de 'revisar' ortografía     
   para que te marque en rojo los posibles errores que deberás corregir), buscando los giros y   
  expresiones más adecuados, hilando adecuadamente unas frases con otras y cada párrafo con el 
  anterior y el posterior.

   Revisa lo escrito varias veces antes de publicarlo.

   Cuando publiques, asegúrate de separar los párrafos con una línea en blanco; verás que el 
   aspecto del conjunto mejora considerablemente, además de facilitar la lectura.

  Una vez pulbicados todos los trabajos, recibirás por correo la revisión de tu texto para que   
 mejores el original y lo publiques de nuevo. Asimismo, recibirás un repertorio general de aciertos   y errores de tus compañeros para comentar en clase.





27 comentarios:

  1. LA RENFE Y SUS SORPRESAS


    Un hombre sospechoso con una gabardina, patillas al estilo inglés y un libro en la mano entra silenciosamente por una de las puertas principales y sube por las escaleras sin mirar a su alrededor, ya esta acostumbrado a hacer este trayecto, pero hoy parece que lo va a hacer de una forma distinta. Su nombre para mi es desconocido como también ha donde va y porque, saca disimuladamente su abono de transportes y sube al andén para esperar el tren como un día mas.

    Al poco rato llega la madre de un joven que conoceremos después, ella no va a subir al andén sino que cruzará el vestíbulo como habitualmente para pasar a Leganés Norte, ella es de Angola concretamente de Luanda y lleva en España un año y siete meses, el motivo por el cual esta aquí simplemente estudiar, todas la mañana cruza el vestíbulo para llevar a su hijo de dos años a la guardería para que ella pueda estudiar geriatría ya que su hijo estudia por las mañanas.

    Un joven de 23 años cruza la entrada de Leganés Norte y sube al andén, su nombre es Juanjo y se dirige a estudiar un grado superior al banco de España, como cada día sube y espera sentado al tren. Juanjo se gana la vida trabajando en discotecas los fines de semana ya que su madre no le puede mantener porque ya es mayorcito, trabaja y a la vez estudia

    Detrás de Juanjo sube una chica de 21 años ella también estudia y como por costumbre coge el tren para ir a estudiar. Ella se dirige a hacer la selectividad.

    Llega el tren y Juanjo y los demás pasajeros suben al tren y el tren empieza a moverse destino Atocha. Cuando el tren llega a la parada de 12 de Octubre el hombre sospechoso mete la mano en su gabardina y saca una pistola y la dirige hacia la chica.

    -¡Darme todo vuestro dinero o mato a la chica y a todos los que pueda y para que me creáis mataré a mi primera victima!-grito el señor, cogió la pistola y le disparó a una anciana. La gente asustada empezó a rebuscar en sus bolsillos pero rápido como una bala Juanjo derribó al hombre, le quito la pistola y le inmovilizó en el suelo. Minutos más tarde solo se escuchaban ruidos de euforia gritando el nombre del nuevo héroe. La policía llego y le tomo los datos a Juanjo y se llevo al hombre. La chica se acerco lentamente y le dijo a Juanjo:
    -Muchas gracias por salvarme, hay algo que pueda hacer por ti.
    -De nada, si quieres esta tarde puedes venir a cenar en mi casa te lo agradecería-dijo Juanjo
    -De acuerdo.

    Esa tarde la familia se reunió entera incluida la madre y celebraron la proeza de Juanjo, tres años mas tarde, Juanjo y la chica llamada Ana se casaron, quien diría que aquel 23 de Noviembre los uniría para siempre

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  2. LA RENFE

    La última vez que vi a Begoña, una mujer de 44 años que tenía 2 hijos y un buen marido, fue cuando iba a trabajar al Alto de Soria en un colegio. Cogía todos los días el tren y luego se iba en metro hasta su destino; cuando yo la vi vivía en Leganés Norte.

    Siempre se iba con María otra señora de 40 años que trabajaba en Callao y tenía 2 hijas; ese día llevaba un abrigo de piel negro y unos pantalones oscuros. Se conocían desde que eran niñas y siempre se iban juntas a todas partes.

    Cogieron el tren hacia Callao, para ir primero al trabajo de María, de repente el tren se frenó y todo el mundo, aterrorizado, fue corriendo hacia la salida. Mientras que María y Begoña se quedaron quietas, una vez que el tren quedó despejado intentaron salir pero las puertas del tren se bloquearon y el tren empezó a andar.

    Ellas aterrorizadas intentaron salir rompiendo una ventana, pero esperaron a que el tren llegara a la siguiente estación, pero resulta que el tren no paraba, siempre daba vueltas y nunca paraba.

    Se dice que ese tren estaba maldito y nadie en su vida las ha vuelto a ver. La leyenda cuenta que sus espíritus siguen vagando en la estación.

    Sus maridos apenados intentaron hacer de todo para recuperarlas; como no pudieron las hicieron un funeral que duró 2 días.

    Ellos, cayeron en depresión y 3 años después se suicidaron y los hijos tuvieron que irse a un orfanato. Las niñas ahora tienen 25 y 26 años y los niños tienen 24 y 22; Cuando esto ocurrió tenían las niñas 5 y 6 años y los niños 4 y 2 años. Los niños son ingenieros y las niñas enfermeras.

    La historia es triste pero cierta.

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  3. Angelo tenía prisa. Se había mudado a España hace poco y había tenido la suerte de encontrar un trabajo como informático en Vallecas. Hoy era su primer día de trabajo, pero las obras cerca de la casa donde se hospedaba le impidieron dormir hasta bien entrada la madrugada, por lo cual se levantó bastante tarde; y con prisas se preparó y fue directo para la estación.

    En cuanto llegó a la estación vio a un tipo con un aire bastante misterioso esperando en la puerta. Estaba vestido de blanco con una capucha y se mantenía apoyado sobre la columna al lado de la escalera mecánica. No le dio mucha importancia al hombre, aunque luego se fijaría más en él. Angelo corrió para sacar el billete de tren, ya que faltaba algo menos de una hora para empezar el trabajo y no quería parecer un impuntual su primer día. La mala suerte le jugó una mala pasada, ya que la máquina para sacar los billetes no funcionaba. Se fue a quejar al guardia que estaba quieto en la entrada. Angelo le explico la situación y él le dijo “Bueno, ese no es mi problema, vaya a información ahí al lado y pregunte, pero déjeme en paz.” Cabreado, se dirigió a información donde después de varias quejas pudo conseguir su billete. Se fijó que de alguna manera el hombre de blanco, el de aire misterioso, ya tenía billete y se dirigía al andén. Se preguntó como lo había conseguido estando las maquinas rotas, pero tenía prisa y no quiso entretenerse. Se dirigió al andén y vio que el tren justo empezaba a moverse. Angelo maldijo su mala suerte. Se sentó en un banco y se puso a esperar. Mientras esperaba, se fijó en un hombre a su lado. Estaba leyendo un libro sobre el renacimiento italiano. Angelo era italiano, y la historia sobre su país le encantaba. Se quedó embobado pensando en su tierra natal… Recordaba también de que se tuvo de mudar de allí por unas amenazas de alguien desconocido. Nunca supo de quien eran, pero por suerte su tía española le invito a vivir con ella durante un tiempo,y se quedó a vivir en Leganés con ella.

    En ese momento, llegaba el tren y Angelo se despertó de su sueño. Se subió al tren y se quedó de pie al no haber ningún sitio libre. Cuando iban a cerrarse las puertas, el hombre de aire misterioso, que se colocó detrás suya sin que se diera cuenta, le dijo al oído “Me llamo Damon… y por fin te he encontrado, Angelo” En cuanto Angelo se giró para verle la cara, las puertas del tren se habían cerrado y Damon había desaparecido. En el andén, Damon se quedó observando como el tren se iba alejando lentamente, y hasta que no desapareció por el horizonte no se movió de su sitio.

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  4. Un reencuentro en la estación

    En una mañana de otoño silenciosa y tranquila, en la orilla de la calle, Tania iba rápidamente a la estación de metro de zarza quemada en Leganés, con su bolsa y un par de papeles entre sus brazos, donde el ambiente en la estación era rápido y ruidoso y lleno de gente, que la mayoría de ellas se va a trabajar. Tania entonces, iba a trabajar pero era su primer día de trabajo, cuando entonces va llegar tarde al trabajo.

    Tania trabajará como secretaria, tiene veinticuatro años, es de estatura normal, cabello de oro y muy guapa. Cuando llegó a la estación, el metro acababa de ir entonces tenía que esperar al otro. Llegó el otro, y subió rápidamente, esperando que llegue a su trabajo.
    Pasado diez minutos, Tania llegó. De esta circunstancia nace el hecho de que perdió la hoja donde tenía puesto la dirección del sitio de trabajo. Parece ser que se le ha caído en la estación de metro. Volvió a la estación, pero no encontró nada, entonces tuvo que preguntar a la gente de la calle.

    Tania llegó por fin al trabajo. Llegó a las diez y cinco de la mañana cuando tenía que llegar a las ocho y cuarto de la mañana. Cuando entró, sentía que todo el mundo la observaba, tenía mucha vergüenza pero a pesar de todo eso, entró para que la entrevisten pero no la aceptaron.
    Tania volvió muy deprimida, pero hubo alguien que ella no esperaba ver nunca, esa persona era el director de la empresa donde iba a trabajar, su rostro era muy atractivo, era altísimo esperando el metro a lo lejos del andén.

    Ha llegado el momento donde Tania reencuentre a un viejo compañero de la universidad. Cuando le vio, grito diciendo su nombre corriendo hacia él. Cuando Pedro la vio no supo que decir, le dejo sin habla.

    Con todo y lo anterior, se sentaron a hablar un rato y ella le conto todo lo que le paso esta mañana. Cuando supo lo que le paso le dijo que se venga mañana y que iba a encontrar su mesa de trabajo para trabajar. Cuando Tania oyó esto, no supo que decir ni que hacer pero estaba feliz.
    A pesar de todo lo que le pasó a Tania, volvió a su casa muy feliz.

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  5. EL MEJOR TROPEZÓN

    Como todas las mañanas de estos últimos ocho meses,Marina llega al andén dirección Móstoles-El Soto a las 8:45 para ir a la Universidad.Quizá hoy un poco más tarde que de costumbre...Se ha entretenido un poco más a la hora de arreglarse,pero cogerá el tren sin problemas,o eso cree ella...
    Se ha vestido de forma casual,y quizá por eso hoy muestre más su juventud.Lleva pitillos vaqueros,chaquetón negro y unas playeras negras y blancas de marca a juego con un bolso negro.Ha optado por recogerse su pelo rubio en una coleta y luce unas grandes gafas de sol Ray Ban.Mientras escucha música en sus nuevos cascos rosas,masca un chicle sin preocupaciones.
    De repente ve que el tren está entrando en la estación,y hace ademán de levantarse.
    Se abren las puertas y se dispone a subir sin ganas,pensando en la dichosa carrera que la trae de cabeza.
    En ese mismo instante,llega un chico corriendo a la misma puerta en la que está ella.Al ir con prisa y distraído no se da cuenta y empuja sin quererlo a Marina,la que se desvanece al suelo y con ella también sus libros.Sin pensarlo dos veces,el chico se agacha para disculparse y ayudarla a levantarse,teniendo en cuenta que ambos perderán el tren.Ella lo ve y se da cuenta de que es el mismo chico que lleva viendo cada mañana todos estos meses y por el que se la escapa una sonrisa al verlo sin saber bien el motivo.Ambos se pierden en una profunda mirada y cuando se quieren dar cuenta...el tren se ha marchado.
    -¡Oh genial!-exclama el chico.-Otra vez llegaré tarde.
    -Nada...estoy bien-contesta ella enfadada.
    -Perdona,no quería decir eso,¿estás bien? Ah,casi se me olvida...Me llamo Carlos.
    Y mientras empiezan a conocerse,se dan cuenta de que se acaban de sentar en uno de los bancos de la estación de Zarzaquemada,y sin saber bien por qué,se ríen sin parar.
    Cuando Carlos ve que el tren va a entrar en la estación,la coge de las manos y la pide perdón otra vez.Ella se va a levantar,pero él la pide que le escuche un minuto más.Entonces la confiesa que llevaba todos estos meses,desde el primer día,esperando ese momento.
    Marina se siente totalmente identificada con él y se lo cuenta,así que esta vez de verdad,deciden subir juntos al tren.Donde se iniciará una relación,¿pero qué tipo de relación?Solo ellos lo sabrán...
    Y es que llega un instante en la vida en el que se sabe perfectamente que ha llegado el momento de saltar.Ahora o nunca.Ahora,o nada será como antes.Y el momento es éste,es el de Marina.

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  6. Era lunes, las ocho de la mañana y Daniel se adentró en la estación de Zarzaquemada, como todos los días, para ir a la universidad.
    Aquel día iba deprisa, no podía llegar tarde a la facultad. Daniel era estudiante de Medicina y acababa de empezar la universidad hacía apenas dos meses.
    A primera vista, parecía un chico alto, de metro ochenta. Aproximadamente, parecía tener veinte años. Tenía el pelo rubio, y era bastante guapo. Vestía con unos pantalones vaqueros, una sudadera que parecía bastante calentita, y un abrigo deportivo, acorde con sus zapatillas de color blanco. Era simpático, alegre, divertido, y nunca discutía con nadie, pero era algo despistado.
    Al llegar al vestíbulo, se paró y sacó del bolsillo pequeño de su mochila el abono transporte de cada mes. Subió por las escaleras, dirección al andén y esperó pacientemente a que llegará el tren.

    Mientras tanto, Noelia subía, a gran velocidad, las escaleras mecánicas para llegar al vestíbulo de la estación de Zarzaquemada. Había empezado el día con “mal pie”, ya que se había quedado dormida quince minutos, y para ella, eso suponía un descontrol en su horario. Noelia era algo maniática con el tiempo y odiaba llegar tarde a ninguna parte. Físicamente, parecía de talla media, aproximadamente de metro sesenta y cinco. Parecía tener unos veinte años. Tenía la piel algo morena, y destacaban en su cara, sus ojos de color verde claro. Tenía el pelo largo, de color castaño, llevaba un flequillo recto, y el pelo suelto con alguna onda.
    Esa mañana, Noelia se vistió con un vestido oscuro con algo estampado, no muy formal, ya que la gustaba ir cómoda. Acompañó el vestido, con un cinturón por debajo del pecho fino, de color gris, conjuntándolo a su vez con unos botines grises, una bufanda y una trenca del mismo color.
    Al llegar al vestíbulo, sacó el billete de su bolso, también de color gris, y se dirigió hacia las escaleras que llevaban al andén. Mientras subía las escaleras, pensaba como sería el día en la universidad después de un fin de semana de fiesta. Tristemente, decidió volver a la realidad. Como de costumbre, sacó los auriculares y los conecto a su móvil y escogió la canción que quería que sonara. Todos los días realizaba esa acción, ya que el camino, se le hacía muy pesado.
    Empezó a caminar por el andén, mirando atentamente la pantalla de su móvil, y de repente, y sin saber como, se chocó. Todas las hojas que llevaba en la carpeta salieron disparadas por todo el andén.
    – Lo siento muchísimo - dijo Daniel – iba pendiente del móvil y no te vi.
    – No te preocupes, parece que íbamos pendientes de lo mismo.
    Daniel se agachó para ayudarla a recoger todas las hojas tiradas por el suelo.
    – Oye, por lo que veo, estudias medicina, y en la misma universidad que yo. Que raro que nunca nos hallamos encontrado
    – Si bueno, es que hoy me he levantado con retraso, pero normalmente suelo coger el tren antes porque no me gusta ir con prisa a ninguna parte. La verdad es que tu cara me suena mucho, seguro que alguna vez nos hemos cruzado por la universidad. Incluso, seguro que vamos a la misma clase, pero últimamente estoy tan estresada con los exámenes y demás que ni siquiera me he fijado en nadie.
    – Si bueno, a mi alguna vez me pareció verte, pero ando igual de estresado con los exámenes.

    Al cabo de varios minutos de conversación, vino el tren y juntos subieron, y siguieron hablando. Se sentía muy a gusto el uno con el otro, se gustaban, y ambos sabían que algo pasaría entre ellos. A los pocos meses, Daniel le confesó a ella lo que sentía y empezaron una relación que hoy, mañana y siempre, perdurará.

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  7. Una fría mañana como otra cualquiera de diciembre. Juanjo, un chico de 23 años, que se dedicaba a estudiar y trabajar, subía por las escaleras mecánicas escuchando música a su bola cuando miró hacia arriba y vio a una mujer preciosa. Él era un chico mulato de 23 años, tenía unas rastas muy largas, sobre ellas llevaba una gorra azul LA, llevaba puesta una sudadera azul, una mochila le coq sportif, una carpeta 50x70 unos pantalones vaqueros y unas zapatillas nike, tenía un pirsin de aro en el labio, barba de 3 días y era bastante alto. Ella era joven, de unos 25 años, de pelo moreno, muy largo y lo llevaba recogido con una coleta, llevaba un jersey blanco y encima una chaqueta gris y unos pantalones grises que le hacían una figura increíble, llevaba unos tacones bajos y era de una estatura media. Aunque él tenía novia sabía que no podía dejar pasar esa oportunidad asique se armó de valor y la habló con la primera tontería que se le ocurrió.
    -Hola buenos días, ¿cómo se llama el libro ese que tienes en la mano?
    -Hola, pues es de Pablo Neruda se llama veinte poemas de amor y una canción desesperada.
    -¿Y como lo llevas, te gusta?-Le decía mientras atravesaban la puerta de la entrada para ir al fondo del pasillo, ya que iban dirección atocha.
    -La verdad es que llevo muy poco asique no te podría decir-Le contestó ella con una sonrisa en la boca-Perdona, pero ¿Cómo te llamas?
    Él la sonrió y la dijo-Juanjo. ¿Y tú?- respondió mientras introducía el ticket para entrar en las escaleras que conducen al andén.
    -Yo Mary encantada de conocerte-le dijo mientras le miraba intensamente a los ojos.
    -Un placer. ¿En qué dirección vas?- Susurró él sin apartar la mirada y subiendo por las escaleras mecánicas.
    -Voy a barajas, trabajo en el aeropuerto. ¿Tú qué haces trabajas estudias…?- preguntó mientras rozaba su mano que se situaba sobre la cinta de las escaleras.
    Mientras le lanzaba una increíble mira Juanjo dijo-Estudio y trabajo. Por el día soy estudiante en una escuela de arte donde me paso el día haciendo dibujos sobre varios tipos de ropa y de noche trabajo de relaciones públicas en varias discotecas. Ahora voy en dirección Banco de España que es donde se encuentra mi escuela. Por cierto ¿Tienes Tuenti? – Mientras sacaba el móvil para apuntar.
    Ella le echo una larga sonrisa y luego dijo- sí, es “Mary Casamayor”. Agrégame vale- le dijo guiñando un ojo mientras se disponía a entrar en el tren.
    -Lo haré encantado- soltó mientras la seguía.

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  8. Una mala mañana

    Era un gélido viernes, similar a los anteriores, pero con una pequeña diferencia que nuestro querido viajero aún desconocía. Christopher era un hombre como otro cualquiera, que trabajaba en una tienda de música en pleno centro de la gran capital española. Era un hombre con gustos sencillos aunque aparentemente macabros para el resto de las personas. Le gustaba el Heavy metal, tocar con su banda y pasar toda una noche en un gran concierto con sus amigos. Era un hombre fornido, de unos dos metros de altura, con una barba enmarañada y de aspecto caótico. y va a vivir una historia digna de contar.

    Éste gélido viernes, Christopher se dirigía, como en su monótona rutina, a la estación de RENFE de Zarzaquemada. No se dirigió a la ventanilla a comprar su billete ya que contaba con su abono, así que se dirigió directamente a los tornos para subir al andén. Allí se encontraba Rosario, un guardia de seguridad de ascendencia latina, que hoy tenía su mejor día, estaba aturdido tras la intensa conversación telefónica que había mantenido con su ex mujer acerca de la custodia de sus cuatro hijos y no tenía muy buen humor así que como era de esperar lo pagó con el pobre hombre de aspecto caótico y desalmado, Christopher. Le llamó la atención la bolsa negra que llevaba bajo el brazo, Rosario se temió lo peor, así que decidió llevarle a la zona privada de seguridad, donde pretendía registrarle exhaustivamente hasta dar con el problema. Lo que desconocía era que solo se trataban de unos discos de música para su tienda. Aunque no tuvo tiempo ya que Roberto, un miembro de élite de la policía nacional, le interrumpió de camino al haber reconocido a Christopher de un concierto al que acudió el sábado pasado. Y en este momento fue cuando la intensa furia acumulada por Rosario resurgió y saltó en un brote de rabia. Le llamó la atención diciéndole que no se entrometiese que podía tratarse de un caso de seguridad nacional y que no era de su incumbencia, ya que desconocía la profesión de Roberto. Finalmente Roberto le hizo entrar en razón y le disuadió esas descabelladas ideas que rondaban su cabeza, le explicó quien era, su oficio y consiguió que se le pasase el mosqueo.

    Finalmente Roberto y Christopher subieron al andén y montaron en el mismo tren, de esta manera, ambos se hicieron buenos amigos y ahora van de vez en cuando a algún que otro concierto.

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  9. Carmen se había arreglado mucho esa mañana. Mucho más de lo normal. Se había tirado una hora y media peinándose, y otra más maquillándose. Tenía 48 años, pero la ilusión de una adolescente. Así que ese día cogió el metro apresurada, esperando encontrarse con él. Al entrar en la estación, tardó unas décimas de segundo en elegir si subiría por las escaleras mecánicas, o por el ascensor. ¿Cuál de los dos la llevaría menos tiempo? Al final se decantó por las escaleras. Subió mientras sacaba el billete que había comprado el día de antes del bolso.
    Cuando finalmente llegó al andén, no quiso sentarse. En lugar de eso, recorrió con la mirada su alrededor. Sus ojos se clavaron en un hombre bajito y regordete. Llevaba gafas y un maletín en la mano. Estaba sentado dos bancos más allá, a su derecha.

    Manuel había llegado a la estación a las ocho y diez en punto de la mañana. Desde entonces, habían pasado ya dos trenes. Los había dejado escapar porque esperaba a alguien. Se encontraba sentado en uno de los bancos de la estación. No le quitaba ojo a su maletín, aunque de vez en cuando echaba una ojeada al andén, con la esperanza de encontrarla allí. Al oír el tren, levantó la cabeza. Miró por última vez el andén abarrotado de gente. Cogería este tren, aunque ella no estuviera en él. Sus ojos recorrieron la trayectoria del tren, hasta que finalmente de detuvieron en una mujer que le resultó algo familiar. Ella le estaba mirando.

    Finalmente el tren se paró, y las puertas se abrieron. Sin decirse nada, los dos entraron por puertas separadas; ya que estaban a diez metros el uno del otro. Dentro se buscaron con la mirada, hasta que lograron sentarse el uno frente al otro. Habían pasado veinte años desde la última vez que se vieron. Manuel abrió el maletín, dejando ver un sinfín de fotografías antiguas donde salían los dos abrazados. Carmen las miró inmóvil. Finalmente, sonrió.
    Las puertas se cerraron una vez más y el tren arrancó, llevándose consigo otra bonita historia más para el recuerdo.

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  10. Al igual que todos los días, la RENFE de Zarzaquemada está en su punto culminante a eso de las 8:25 de la mañana. Un número considerable de pasajeros entra por sus puertas, habiendo previamente esperado a que el semáforo les cediera el paso, intervalo de tiempo que se les antoja interminable. Nada ni nadie predomina, al contrario, hay una mezcla de nacionalidades, gustos, colores, peinados… asombroso. Muchos de ellos sienten que no pueden empezar las gélidas mañanas de invierno sin haber entrado al estanco y haber hecho su compra habitual del Marca para informarse de la actualidad deportiva, y de un buen paquete de cigarrillos Marlboro. Lo necesitan. Las puertas parecen más pequeñas cuanta más gente hay, y entrar rápidamente para no perder el tren es el trofeo más deseado. Una vez dentro, la decisión es tomar las escaleras mecánicas o subir andando, aunque a esas horas de la mañana predomina lo mecánico. En general, aunque la velocidad es primordial, también los hay que van lentamente, al parecer saboreando los primeros rayos de sol del día. En el andén hay más prisas aún si cabe. Todo el mundo corretea, portando consigo maletas, mochilas, carpetas, libros… La mayoría de la gente es previsora; ya tienen los billetes comprados, y así ahorran unos segundos de su preciado tiempo. Una vez que han picado sus tickets, suben velozmente en caso de haber oído el ruido de la maquinaria del tren al detenerse; si no es así, y el tren no ha llegado aún, se sientan en los bancos, o esperan de pie, ardiendo en deseos de que éste haga su entrada en la estación.

    Hay tantas personas, tan diferentes, que es imposible encontrar a alguien si le estás buscando. Eso mismo le ocurre a Amaia, una joven de veintidós años que espera pacientemente la llegada de alguien quien ni siquiera conoce. Lo único que sabe, es que no sabe nada de él. Cada mañana llega desde su casa en El Carrascal unos veinte minutos antes, solo para ver cuando llega, y admirarle durante más tiempo. Más tarde se dirige hasta los ventanales que dan a la Plaza de las Banderas, y se apoya en una de las barandillas, mientras contempla el amanecer y el frío paisaje. Muchas veces, al verse con tanto tiempo por delante, saca sus apuntes sobre bioquímica, y los repasa, para conseguir una eficacia mayor en su próxima clase en la Complutense. Los días que no está dispuesta a hablar sobre enlaces, reacciones y nomenclaturas, disfruta releyendo una de sus novelas favoritas sobre Zafón. Una vez que le ve, va a la máquina a sacar su ticket, y se dirige al andén. Una tímida sonrisa se dibuja en sus labios. No lo puede evitar, es un impulso, algo involuntario, que emana de su corazón. Una vez que llega al andén, escoge un banco que esté próximo a él, que nunca se sienta, ya que prefiere perder su mirada en el vago horizonte, mientras suspira débilmente. Sabe con seguridad que también es un gran admirador de Zafón.

    En los últimos días, nota que alguien la acecha, que la mira como para hacer un análisis totalmente detallado de su persona. Es un chico de su edad aproximadamente, de estatura media, cabello moreno… ¡Claro! ¿Quién podría ser si no? Se preguntó Amaia. Se llama Rubén, y es el hijo de la panadera de su barrio. Le conoce porque, cuando tenía unos nueve o diez años, su madre la mandaba allí en verano a comprar el pan, ya que era el establecimiento más cercano. La mayoría de las veces, la atendía Rubén, tímidamente. Desde aquellos meses veraniegos, sentía que cada vez se cruzaban, una enamoradiza mirada le llegaba. El joven panadero había llegado a enamorarse hasta tal punto de ella, que la perseguía, la acechaba entre las sombras y no la permitía tener intimidad. Incluso tenía un álbum de recortes con fotos de la joven, y datos que él consideraba importantes. La acosaba. Amaia lo sabía, pero no se lo había contado a nadie, por miedo. Prefirió pasar del tema, y esperar…

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  11. Aquel 16 de Noviembre de 2010 Amaia realiza fielmente su ritual como cada día. Su tren estaba llegando. Se pone en pie para poder adelantarse e intentar coger sitio, ya que está agotada. El tren hace su deseada entrada en la estación, cuando, accidentalmente, su ejemplar de “Las Luces de Septiembre” cae al suelo. Se dispone a agacharse para recogerlo, cuando ve que alguien se había adelantado. Aquel enigmático joven le tiende el libro con la mejor de sus sonrisas. Amaia, tímida, no sabe como reaccionar. ¡Era él! Se esconde en su bufanda, extiende el brazo, y coge el libro. Sus miradas se cruzan por un instante, en el que parecía que el tiempo se detiene, y nunca volvería a recobrar su ritmo. Ninguno de los dos sabe que decir; la mejor respuesta parece el silencio.

    Las puertas del tren se abren, y una multitud sale disparada. Cuando todos han salido, el resto entran. Hay solamente un asiento, que es ocupado egoístamente por Rubén. Cada vez mira a Amaia con un semblante más serio. No le gusta nada que haya conocido a aquel otro chico… Sentía odio, y el amor dio había dado paso a la repugnancia. Se temía lo peor.

    Entretanto, Amaia y el joven misterioso empiezan a hablar. Se llama Edward, tiene 26 años, y estudiaba ingeniería aeroespacial. Odia el fútbol, aunque le encanta el tenis. Habla español, alemán, francés, italiano e inglés. Todo un partido. Amaia también se presenta. A simple vista, los dos se habían gustado, era obvio. Dos chicos jóvenes, en la flor de la vida, inteligentes, y encima atractivos. Y así, se van cociendo, en principio como amigos, y más tarde cada vez más a fondo. Están locamente enamorados, pero ninguno se atreve a decirlo.

    Y así llega un día tan normal como otro cualquiera, el 26 de Noviembre. Amaia y Edward ya han tomado el tren, y están de pie frente a una ventana. Es una de las mañanas más frías que Edward recuerda. Los dos están helados, tiritando. Él exhala frente a la ventana, dejando el cristal con vaho. Se quita el guante de la mano derecha, y con el dedo índice, dibuja lentamente un corazón. Amaia lo mira, con ojos vidriosos. Edward la envuelve entre sus brazos lenta y suavemente, a la vez que sus labios se aproximan cada vez más. Llega el ansiado momento: sus labios se juntan, se unen en uno solo. Edward abraza a Amaia, y ésta responde con un beso aún más efusivo si cabe. Desean que ese momento no acabe nunca. Indirectamente, ya han entrado en calor. Ya no sienten frío. El que si lo siente es Rubén, pero en el fondo de su corazón. El amor dio paso a la impotencia, asco y ganas de librarse de aquel imbécil que día a día le había arrebatado lo que más quería. Amaia y Jorge ni se percatan de su presencia.

    Muchas mañanas Amaia y Rubén se encuentran de camino a la RENFE; él la saluda y la habla, como presionándola, y ella aparta la mirada. Está cada día más cansada y a la vez asustada de él.

    Los días pasan, y Amaia y Edward formalizan su relación de pareja. Son felices. El 3 de Diciembre, mientras esperan juntos sentados en el último banco del andén, entre caricias, apareció Rubén de repente, insultando a Edward, y reprochándole a Amaia que él es el único al que merece. Amaia se asusta. Ya le había contado todo a Edward, con lo que éste la defendió. Rubén se altera hasta tal punto que pega a Edward un puñetazo, y éste, sigue la pelea, devolviéndoselo. Mientras tanto, Amaia pide ayuda por el andén; grita. El tren se acerca desde lejos poco a poco, acariciando los vientos de la mañana. La pelea parece interminable, ninguno cesa: estaban como locos, especialmente Rubén; la ayuda no llega. Rubén aprovecha un tropezón de Edward, para empujarlo a las vías del tren, en el preciso momento que éste hace su entrada en la estación. Amaia lo ve, y suelta un gritó que resuena por todo el andén. Se desmaya al ver a Edward aplastado como una simple hormiga por aquel gigante. Rubén huye velozmente, asustado.

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  12. Cuando Amaia despierta, ve que está en el hospital: ha tenido una bajada de tensión. Corre rápidamente para informarse sobre el estado de Edward. Los médicos la dicen lo que menos quería oír: Edward ha muerto en el acto. Amaia queda paralizada. No sabe cómo reaccionar. Sale rápidamente del hospital, y se dirige hacia el lugar que tan ambivalentes emociones le había aportado. No le parece justo lo que había ocurrido. Lo único que quiere es estar por siempre con Edward. Decide correr la misma suerte que él, y se lanza a las vías cuando el tren hace su entrada en la estación. Siente su presencia más cercana: ya están juntos. Edward tiende su mano, Amaia la acepta, y se encaminan juntos a su destino final, aquel dulce paraíso que tantas veces habían soñado…

    El último grito de Amaia resonó en la estación eternamente, sin tregua. Es una bonita forma de recordar, que EL AMOR LO PUEDE TODO.

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  13. Martes. Ocho y media de la mañana. Era temprano. Una densa capa de nubes cubría el resplandor del sol, y el frío hacía acto de presencia en aquella típica mañana de otoño. La gente se había enfundado ya en sus más gruesos abrigos. Las bufandas y guantes habían dejado de coger polvo en el armario de la ropa de invierno.

    Jóvenes, adultos y ancianos transitaban la entrada de la estación de Renfe de Zarzaquemada en aquel instante. Era hora punta. Unos iban a la Universidad, otros iban al trabajo. Algunos no tenían rumbo fijo. Pocos de ellos caminaban con tranquilidad. Las prisas y la tensión contaminaban el ambiente.

    En el vestíbulo, las cosas eran más o menos igual. Una mujer y un hombre tomaban un café, charlando tranquilamente con el encargado del negocio. Aquella era su rutina diaria. Más gente iba y venía apresuradamente. Miradas que se cruzaban, pero que jamás volverían a reencontrarse.

    Una vez en el andén, el agobio comenzaba a disiparse. Unos se sentaban en los fríos bancos. Algunos se quedaban quietos en el sitio, como si de estatuas se tratara. Otros, en cambio, caminaban con parsimonia de un lado a otro, como si así el tiempo fuera a pasar más rápido.

    Uno de ellos esperaba en el borde del andén. Vestía ropa informal, más bien deportiva. De su hombro colgaba una bandolera y una raqueta de tenis.

    Justo enfrente, al otro lado del andén, una mujer de mediana edad sostenía un libro bajo el brazo. Posiblemente, su trayecto no sería precisamente corto. Había algo característico en ella. Toda su vestimenta era negra, a excepción de su bufanda, que era de un rosa no demasiado llamativo.

    Ella le miraba de reojo continuamente, pero él no se daba cuenta. Desgraciadamente, ni siquiera se había percatado de su presencia.

    Y el tren llegó. Apenas habían pasado unos minutos, pero parecía como si el tiempo se hubiera detenido. El dueño de la raqueta subió al tren, sin prestar demasiada atención al resto de pasajeros. Se situó al lado de la puerta del lado contrario, la cuál permanecía cerrada. Desde allí podía ver a los que aún esperaban al tren que iría en dirección contraria. Su mirada se posó en la mujer de la bufanda rosa. Algo llamó su atención. Ella le miraba. Sus ojos desprendían un brillo peculiar.

    Le había reconocido. Después de tantos años, al fin había conseguido encontrarle. No podía estar del todo segura, pero en su interior, sabía que era él.

    Las puertas se cerraron y el vehículo se puso en marcha. Ambas miradas perdieron el contacto. Miradas que ya se habían encontrado mucho tiempo atrás. Miradas entre una madre y un hijo, el cual creía desaparecido. Miradas conocidas, pero al mismo tiempo lejanas y distantes. Miradas que, alomejor, volverían a reencontrarse algún día.

    ¿Quién sabe?

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  14. El billete de la suerte

    La estación, como todas las mañanas, estaba a rebosar. No era de extrañar, son las ocho y media de la mañana, era hora punta. Esther se dirigía a la Renfe, a coger el tren de las nueve menos cuarto, pero llegaba tarde. Llevaba sólo una cartera, lo único que necesitaba. Miró la hora angustiada y pensó que va a perder el tren, aunque no le faltaba razón si no se daba prisa. Aceleró el paso y al fin a lo lejos empezó a vislumbrar la estación.

    Por fin llegó a la estación, cansada, empezó a buscar el billete y se dio cuenta de que no lo tenía. Buscó y rebuscó a pesar de que sabía que no lo iba a encontrar. La presión pudo con ella y se apoyó en una pared con los ojos cerrados. No iba a llegar a trabajar.

    Pasaba por la Renfe mucha gente, pero toda demasiada ocupada como pararse fijarse en una mujer apoyada en la pared. La gente tiene otras preocupaciones mayores. Al menos, aparentemente.

    De repente, oyó una especie de tos delante de ella y abrió los ojos sobresaltada. Enfrente de ella vio a un hombre alto, con el pelo un poco despeinado y con cierta cara de sueño. Este estaba sujetando el billete.

    -¡Mi billete!-exclamó Esther.
    -Sí. Se le ha debido de caer ahí atrás, cuando sacaba algo del bolso, aquí tiene.-respondió el desconocido.
    -Muchas gracias, señor... –dudó Esther.
    -Pablo, sólo Pablo. -contestó sonriendo Pablo.
    -Bueno, muchas gracias Pablo, no sé qué habría hecho si no lo hubiera encontrado.

    Los dos se miraron durante unos instantes que duraron una eternidad. Esther mira el reloj. Ya era demasiado tarde, no había oportunidad de llegar a tiempo. Dudó unos momentos. Pablo, adivinándola el pensamiento, la preguntó en voz baja y con cierta vergüenza si iba a algún lado o si le gustaría tomar algo en algún sitio. Esther se sonrojó pero aceptó sin mayor dilación. Así, subieron los dos al andén, sin mirarse, callados, con demasiada vergüenza como para decir nada, pero deseosos de llegar ya a su destino.

    -¿Qué te parece San Ginés?-preguntó Pablo, mirando al suelo.
    -Está bien, como tú quieras.-respondió Esther, con una pequeña sonrisa en su cara.

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  15. En medio de una época en la que los trenes constituyen manifestaciones matinales de almas vagabundas, la idea de un romance en dicho transporte se me presenta como una revolución a toda escala propia de tiempos lejanos en los que el tren constituía un centro social y, cada vagón, una oportunidad de encontrar el amor.
    Así pues, me considero afortunada por haber sido testigo ocular de lo que supone un hito romántico en la época contemporánea. Tanto es así que no podía concebirse un reportaje sobre el tren en nuestros días sin hacer alusión al romance acontecido entre dos jóvenes quienes sus corazones, muy probablemente, dejarán de ser vagabundos de sus propios caminos para formar juntos uno solo…

    Un día más la misma rutina. Un día más Laura coge ese tren sin esperar nada nuevo. Un día más que, aún siéndolo, trae consigo algo distinto. Hoy no retumba el sonido matinal del tren en sus oídos. No va sola, alguien va a darse cuenta de su belleza, de lo bien que le queda hoy su conjunto marrón, de sus ojos de intenso azul claro, de sus movimientos más insignificantes…
    Ella va de pie, su alegría es la causante de que no necesite sentarse, aun habiendo dormido apenas cuatro horas. Extrañamente, por pura casualidad tal vez, no ha conciliado bien el sueño.
    Es el segundo tren que toma esa mañana, todavía le queda media hora para llegar a la redacción y comprobar las fotos que tomó para el reportaje de la semana próxima, pero esta vez no puede cerrar los párpados ni un minuto. Un cruce de miradas, un suspiro, una sonrisa y un guiño de ojos son los culpables.

    Mario al levantarse ha tenido un extraño presentimiento, tal vez hoy será un buen día. Decidido se ha puesto su traje, con una camisa azul clara, pensando en que su entrevista de trabajo le saldrá redonda, aunque apenas ha salido de la universidad. No sabe que esa camisa intensifica inconscientemente ese presentimiento. Aún no percibe que no es un día cualquiera, algo le va a impedir leer su novela de siempre, ir solo…
    Él va sentado, por fin después de tanto tiempo se da cuenta de aquella chica de intensa mirada que normalmente viaja sentada en su mismo vagón todas las mañanas, cuando él antes se dirigía a la universidad. Es el primer tren que coge, y seguro que necesita dormir algo más ya que esta noche ha sido noche de fútbol con sus amigos en casa, y le ha tocado recoger toda la suciedad que eso conlleva. Además, su equipo ha perdido. Hoy tiene un humor de perros, pero su elegancia ha hecho que desaparezca. Un cruce de miradas, un suspiro, una sonrisa y un guiño de ojos son los culpables.

    Segundos antes, ella entra al vagón, agradecida por no tener que pasar frío durante unos minutos, pues ha olvidado sus guantes. Aún esto, la espera ha resultado amena, pues descubre que lleva su mp4 con canciones nuevas en el bolso. Nada más subir, sus pensamientos cambian, se le nota en la cara. Allí está, ocupando su sitio, extrañamente ha decidido cambiarse e ir más cerca de la puerta. Siempre se sienta al final del vagón, y eso a ella le hace desesperar. Hoy viste diferente, más arreglado que cualquier otra mañana, pero aún así le reconoce: es él.

    Dos paradas antes, él había corrido para coger el tren, pero aún así, lo perdió. No era el que tenía por costumbre coger, pero hoy se ha adelantado para no llegar tarde a la entrevista para columnista en una de las redacciones más importantes de España. Aún así,su intención no le ha servido de nada, y ha tenido que esperar a que llegara el de siempre. Menos mal, hoy lleva sus guantes, es un día de mucho frío y se ha acordado de cogerlos. Tiene que esperar cinco minutos para subir las tres escaleras que llevan al calorcito del último vagón, en el que le gusta montar. Cuando el tren llega, sube corriendo, no quiere que otra vez se vaya sin él. Todo está en su sitio y como de costumbre, hay poca gente. Inconscientemente debido al cansancio, se sienta justo enfrente de la puerta.

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  16. Tres paradas después está en Zarzaquemada, y tan solo cinco personas más han subido. No entiende que a la gente no le guste el último, aunque en el fondo, que prácticamente no lo use nadie le beneficia en ciertos días para recuperar un poco de sueño. De repente, todos sus males se le olvidan. Al abrirse las puertas, una persona más decide ocupar el vacío. Sube con una elegancia especial, mirada ausente pero radiante,y la observa de arriba abajo: conjunto de falda y chaqueta de abrigo marrones, botas altas, pelo suelto y ojos del color de su camisa, entre otras cosas. Se queda absorto en ella unos segundos, embobado con la imagen, y al sentirse observado tiene que bajar la mirada. Maldice por lo bajo, le han descubierto.

    Laura se queda de pie. El chico se ha sentado en su sitio, y aunque tiene muchos otros para elegir, decide ir un rato cerca de la puerta. Gira la cabeza en un momento dado hacia la derecha, probablemente se siente observada, y sus miradas se cruzan. Ambos apartan la mirada bruscamente, se ponen nerviosos, y ella no alcanza a oír lo que él murmura por lo bajo. Un suspiro se escapa de su interior.

    “Próxima parada: Villaverde alto”, anuncia el hombre de todas las mañanas, con su tono monótono. Laura va inmersa en sus pensamientos acompañados de la banda sonora que sus cascos le hacen llegar, posiblemente imaginando el día en el que entable una conversación con su acompañante de mañanas.

    Mario decide no mirarla, ya ha pasado bastante vergüenza por hoy y tan solo son las 9 de la mañana. Pero de pronto, tiene que cambiar su propósito. Rompiendo el silencio, ha empezado a sonar una de sus canciones favoritas, esa que siempre emiten en la radio. Echa un vistazo hacia los lados, y fija la mirada en el bolso de la chica. Le está sonando el móvil, pero no lo coge. Después de un rato, la música cesa, parece que desde el otro lado se han cansado de esperar.

    Laura cambia la canción, ha escuchado muchas veces la que ahora suena. No se entera de nada de lo que pasa a su alrededor, tal vez si entrara un ladrón o pasara algo importante ella no se daría cuenta. Su nostalgia se la lleva presa en sus amargos brazos… De pronto, algo le toca suavemente en el hombro. “No puede ser, imposible”, piensa ella.

    Vuelve a sonar el móvil, tal vez sea importante. Mario sonríe, esa situación es algo cómica. Decide no tener miedo de lo que ella pueda pensar, parece demasiado dulce como para ser grosera. Se pone nervioso, no sabe si solo tocarle o agarrarle despacio la chaqueta. Se lanza al vacío olvidando sus temores, y le toca el hombro.

    - Perdona, te está sonando el bolso… es decir, creo que es el móvil- le dice con una sonrisa.
    - ¿Sí?- Laura se ruboriza- No me había dado cuenta… con tanto aparato esto es un lío…
    - Anda mujer, que no pasa nada, eso le pasa a cualquiera- le anima, y muy seguro de sí mismo le guiña un ojo. “El éxito es solo de los valientes” piensa- Yo soy Mario.
    - Laura, encantada. Bueno, muchas gracias por haberme avisado- mira el móvil, no es importante, su mejor amiga le ha enviado un sms protestando, pero el momento es mucho más importante. Tras esto, decide mostrarle su bonita sonrisa.

    Ambos deciden sentarse juntos, y Mario descubre una de las fotografías que lleva en su archivador. Es realmente buena, y se lo hace saber. Conversan a cerca del trabajo, hacia donde se dirige el joven, e intuyen que a partir de ahora cogerán el tren para ir juntos al mismo lugar. Tal vez esta no sea la última vez que se van a ver…

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  17. Os preguntareis que es la monotonía, un ejemplo muy peculiar es la estación de tren, día tras día, la gente entra en el transporte publico con un cometido común, llegar a su destino, así pues he de decir que la mayoría de los viajeros de entre las 8 a las 9 de la mañana están cabizbajos, de manera que un promedio de los españoles no duerme lo que debería o no desayuna lo suficiente, además hay algún individuo que hace ver su sueño andando de manera de lo mas pesada, con una carácter altivo, vistiendo con gorra cuando no hace sol y portando unas gafas negras como los hombres de negro, la pega es que este personaje equipaba una peculiar chaqueta de cuero de rockero ; sin embargo, hay acepciones para todo, un caballero de piel negra y con rastras entro en la RENFE con un carácter afable y de buen porte, alegre, su destino era un curso de pintura, había terminado el bachillerato artístico hace dos años, por lo cual tenia 20 años y su vida de estudiante le iba muy bien, además de eso era rapero, había compuesto varias canciones y las había colgado en you tube de ahí su vestimenta, auténticamente rapera, con gorra LA girada a un lado de su cabeza que le daba un toque personal a su figura, llevaba un bolso con el nombre una marca bordada llamada Coq sportiff, tenia un piercing en el labio superior y otro en el inferior, con una chaqueta azul de lo mas característica.

    Pero he de contradecirme pues a la vez de ser un lugar monótono y rutinario es un sitio de constante actividad, ya que muchos de ellos van muy apurados de tiempo y van a velocidades que rompen el curso de la mencionada monotonía. No todos los pasajeros van al trabajo, sino que algunos llevan a los niños al colegio o acuden a entrevistas como el señor Martín Gómez un informático de 30 años portando su instrumento imprescindible, el ordenador, su alargada coleta y sus gafas le daban un aire muy inteligente, este se encontraba sentado en el anden buscando la wifi mas cercana para poder acceder a Internet, algo interrumpió su búsqueda , fue un dibujo hecho en una lamina de 50x70, la obra de arte era un retrato de un ordenador portátil pintado de color gris con demasiados brillos, y una carismática boca en el borde del teclado, resaltando unos labios sensuales y atractivos que daban el toque artístico al dibujo, martín con mucha timidez le pregunto al dibujante de piel negra que si lo había hecho el. Gonzalo que así se llamaba el rapero le respondió que si, se sintió muy alagado es mas le explico que se llamaba “la sensual ordenador”,el nombre se lo acababa de inventar pero no supo que después de dos meses gracias al informático, que subió su obra de arte por todo los rincones de Internet Se convirtió en una de las personas mas importantes del mundo de la informática y del arte, ya que muchas empresas querían hacer publicidad con “la sensual ordenador”.
    Estos dos hombres estuvieron muy unidos, desde ese momento en la estación de tren.
    Camines por donde camines nunca sabes lo que te puedes encontrar sobre todo en un lugar tan regular e irregular como la estación.


    martin.martinlopez.lopez06

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  18. LA RENFE

    En la estación de Zarzaquemada, en la única cafetería que hay. Esta un joven mas o menos de unos veintidós o veintitrés años, su nombre es Daniel. Deduzco por su aspecto físico que no debe ser español sino caribeño más específicamente de Santo Domingo. Es un muchacho de altura media, en buena forma física y de piel morena, pero un moreno no muy oscuro, por la tez de su cara se puede apreciar que no es un chico acostumbrado a hacer trabajos físicamente duros o por ese estilo y que a lo mejor en su país de origen venia de una familia de clase media o media alta; su aspecto físico en general es típicamente caribeño para lo que normalmente se ve, osease ojos marrones oscuros, piel morena, labios gruesos y pelo muy rizado. A los pocos minutos de verle me acerque a el y le pregunte algunas cuestiones; y justamente no iba mal encaminada. Este joven caribeño hace cuatro años esta en España, se vino aquí para encontrar un nivel de vida mejor, bueno mejor dicho para seguir sus estudios aquí, ya que en Santo Domingo estaba haciendo la carrera de ingeniería electrónica pero decidió venirse a España ya que seria mejor para sus estudios y su futuro ya que aquí encontraría mas ofertas de empleo relacionada a su carrera. Pero lamentablemente no fue así, pues llego a una país en el que solo tenia una tía lejana que solo le alquilo una habitación y para esto el tenia que ponerse a trabajar para mantenerse así que tubo que dejar sus sueños de seguir estudiando y empezar a trabajar . Al principio se le hizo muy duro ya que aunque sea el mismo idioma hay palabras o expresiones que no son las mismas y pues a causa de eso se le hacia un poco entreversado la comunicación, pero aun así se acostumbro rápido. Su primer trabajo fue de camarero en un bar al igual que su segundo trabajo pero en el presente esta trabajando de asistente en una frutería ya que sus trabajos eran muy lejos y este le queda más cerca de su casa. Seguramente dentro de un futuro reúna dinero y se valla a probar suerte en los Estados Unidos ya que normalmente las personas de estos países suelen emigrar mas a este país, y seguro que Daniel no es el ultimo que tenga familia en los Estados Unidos. Daniel se ira para haya a conseguir algún mejor trabajo e incluso diría yo a terminar sus estudios con la ventaja de aprender un nuevo idioma y porque no, la oportunidad también de conseguir una mujer con la que formar una familia y lo mas probable es que sea así o tal ves que se quede aquí duras penas consiga un trabajo mejor o hacer mas horas extras en su trabajo para comprarse una casa o un coche propios y consiga una esposa pero eso seria mas adelante. Al final nos despedimos cordialmente y en mi cabeza se quedo rondando la idea de cómo será su vida en un futuro lejano pero sobretodo deseando que ese futuro de aquel joven tan simpático y tan soñador fuese prometedor y que sobretodo tuviera la oportunidad de seguir estudiando

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  19. Son ya casi las ocho y media en la estación de Zarzaquemada. Una chica de veinte años baja corriendo del coche de su padre para subir al tren correspondiente para ir al primer trabajo de su vida. No se puede permitir llegar tarde el primer día. Detrás de ella, un señor mayor de sonrisa amable entra por la puerta exterior y empieza a subir tranquilamente las escaleras mecánicas con su mujer y muchas maletas. Se dirigen hacia la casa de su hija en París, pues han recibido una llamada suya diciendo que van a tener un nieto. El hombre está muy contento, ya que nunca antes ha sido abuelo. Mientras sube con sus maletas, se va imaginando todo lo que hará cuando su nieto nazca. En ese instante, se choca ligeramente con un chico con cara de pocos amigos. Se piden disculpas mutuamente y cada uno sigue el camino hacia las taquillas a su ritmo. El chico va vestido de negro y va caminando sin rumbo. Ya han pasado cinco meses desde que su novia le dejó por su mejor amigo, pero él se sigue sintiendo melancólico. Necesita perderse entre la multitud que camina por Madrid para despejar la mente. Pero con el poco dinero que ha conseguido de su pobre hucha de cerdito, sólo tiene para llegar como mucho a Sol y comprarse un cono de vainilla de McDonald’s. Sin embargo, le da absolutamente igual. Por él, como si se pierde y nunca logra volver a casa. La cosa es dejar de pensar en ella y en su “supuesto” amigo, olvidarlo todo.

    Una vez en la taquilla, decide comprar un billete hasta Atocha. Desde allí hará un tour a pie por Madrid. Mientras se dirige al andén que le llevará a su destino, se para y mira con desánimo a la gente que está en el vestíbulo. Una señora rubia y esbelta, un hombre un tanto regordete con traje de obrero y el encargado del bar charlan alegremente en una esquina de la barra, mientras en el otro lado de la misma, un hombre trajeado se toma a prisa su café para salir corriendo hacia el tren con destino Fuenlabrada. Hasta ese momento, el chico nunca se había percatado de la variedad de personas que puede haber en una estación. Pero la que más llama su atención es una chica bajita, más o menos de su edad, con un bolso gigante y gafas de sol en pleno invierno. Hasta ahora, él no ha llegado a entender por qué la gente lleva gafas de sol cuando no hace sol alguno. Es una de las cuestiones que para él nunca tendrán una respuesta sensata. Entretanto, el grupo del bar ha terminado de desayunar. El hombre regordete sale a la calle para fumar, el encargado del bar vuelve a su trabajo y la mujer esbelta camina hacia el andén al que el chico debe dirigirse. Él la observa y se encamina por el mismo sitio por el que ha pasado la mujer.

    Ya en el andén esperando al tren, saca su MP3 del bolsillo de su cazadora negra y se pone los cascos. Cuando lo enciende, una canción desconocida empieza a sonar. Al parecer es de una cantante femenina, de esas que le encantan a su hermana pequeña y él odia. Mira la pantallita del aparato. En efecto, es una canción de Selena Gómez. Se ha traído el MP3 de su hermana en vez del suyo. Como ninguna canción le llama la atención, lo apaga y empieza a observar a la gente.

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  20. Tras unos minutos con vistas aburridas, vuelve a encontrar a la mujer del bar. Esta vez está hablando con un hombre medio calvo trajeado con un periódico en una mano y un cigarrillo en la otra. Parce que la mujer es muy sociable, y el chico piensa que le gustaría entablar una conversación con ella. En ese momento detrás de él, un hombre con una bandolera y una bicicleta de Decathlon se choca con la chica de las gafas de sol. La chica pierde el equilibrio y se tropieza. Otro hombre alto que está allí cerca con un mochila de Adidas aprovecha la ocasión y le roba el bolso gigante a la chica. El hombre empieza a correr escaleras abajo para salir de aquella estación. Pero el chico corre tras él instintivamente y logra alcanzarle, tirándole al suelo para coger el bolso. Todo el mundo les está mirando. Se hace un gran silencio durante unos veinte segundos y todos empiezan a aplaudirle. La dueña del bolso se abre paso entre toda la multitud hasta llegar a donde estaba el chico. Se miran mutuamente en silencio, hasta que llega el tren y toda la gente desaparece del escenario del robo.

    - Gracias.
    - No hay de qué. Aquí tienes tu bolso.
    - Pero vas a perder el tren por mi culpa.
    - No pasa nada, no voy a ningún sitio en concreto, no llevo prisa.

    La chica se quita las gafas de sol. Tiene los ojos llorosos. Parece que hubiera estado toda la noche llorando desconsoladamente.

    - Yo tampoco. No he podido pegar ojo por estar pensando en el accidente que tuvo mi hermano ayer. Por suerte ya está mejor y no está en estado grave. Dicen que se recuperará pronto.

    En ese instante, el chico comprende una de las razones por las que llevar gafas de sol en invierno, se da cuenta de que hay cosas peores que un amor no correspondido y se alegra de que ni su ex novia ni su mejor amigo tuvieran un accidente.

    - Me alegro de que ya no esté en peligro. Si quieres y no tienes nada que hacer podemos dar una vuelta por Madrid juntos.

    Se montan juntos en el tren, charlan sobre cosas de la vida sin importancia, se ríen de las tonterías que dicen y así pasan el día… Es el principio de una bonita y larga amistad.

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  21. Un día de noviembre, a las 8:30 de la mañana, la estación de tren de Leganés se prepara para un día en el que va a hacer frío. La mayoría de la multitud sube al tren para ir a la universidad o como muchos otros para ir a trabajar. La gente asciende las escalares mecánicas y compra el ticket en la taquilla o en las maquinas expendedoras. A continuación suben las escaleras y esperan al tren en el andén. Cuando llega el tren las personas que hay en el andén se acercan al límite de este y montan en el vagón. Casi siempre, alguien sube en el último segundo. El tren arranca de nuevo y se pierde en la lejanía.

    Sara una chica de unos veinte años, entra en la estación de tren de Leganés. Anda tranquilamente porque sus clases no empezaran hasta dentro de una hora y le dará tiempo de sobra a llegar. Ese día, Sara viste unos botines con unos pantalones bombachos de color negro y se había recogido su pelo corto en dos coletas.
    Al entrar por la puerta de la estación se encuentra con un chico que va a la misma universidad que ella. Se llama Andrés, va vestido con unas playeras, pantalones vaqueros y un abrigo que parece que es calido. Con él lleva una mochila y una bicicleta que usa para moverse por la universidad. Sara al verle le saluda sorprendida, no sabia que vivía en Leganés. Casi siempre Sara suele coger el tren mas tarde, pero hoy había decidido llegar antes. Andrés sube con ella las escaleras mecánicas y esperan juntos la llegada del tren.

    Fátima un empresaria de treinta y dos años, trabaja en una gran multinacional. Ese día lo que más deseaba era no perder el tren. Entra por la puerta de la estación casi a la carrera. Saca su billete y lo mete rápidamente en el torniquete. Sube las escaleras mecánicas corriendo, pero cuando llega al andén ya se había ido el tren. Esa mañana se entretuvo bastante vistiéndose y maquillándose, y cuando se había dado cuenta ya era demasiado tarde. Lleva puesto un vestido con legins y calza unas botas negras, era un día en el que iba a hacer mucho frío. Se estaba pensando seriamente sacarse el carne de conducir, porque así llegaría antes al trabajo y no pasaría tanto frío. El único inconveniente que veía, era que como trabajaba en el centro de Madrid era imposible aparcar. Mira varias veces el reloj impaciente, porque el tren no hace su aparición en la vía.

    Alberto hoy se va a Tenerife a ver a su familia. El avión sale a las doce del mediodía, pero tiene que estar antes en el aeropuerto para poder facturar la maleta a tiempo. Saca un billete en las maquinas expendedoras que hay en el hall de la estación. Sube por las escaleras mecánicas, dado que estaba demasiado cansado para subirlas andando. Se había quedado toda la noche en vela. Esa noche había estado demasiado nervioso por el viaje que iba a realizar en avión. Desde que era pequeño no le habían llamado mucho la atención los aviones como a los otros niños. Tenía verdadero miedo por si pasaba algo inesperado durante el trayecto. Hacia un año que sus padres se habían ido a vivir a Tenerife, y cada vez que tenia que ir a verlos pasaba un autentico calvario. Pero añoraba mucho a su familia como para pensar en no ir. Los visitaba tres veces al año. Esta vez se iba a quedar con ellos hasta después de navidades. Alberto mira desesperadamente el mapa esquemático de Cercanías. No sabe muy bien por donde ir y si tiene que hacer trasbordo. La anterior vez había ido en taxi. El no suele coger mucho el tren porque tiene coche, pero ese día la única opción que tenía era coger el tren. Dejar el coche aparcado en el parking del aeropuerto no se lo podía permitir, y un taxi le costaría un ojo de la cara. No tenia suficiente dinero para poder pagarlo dado que se había quedado casi en banca rota por comprar el billete de avión. Hace dos meses Alberto trabajaba en una empresa como administrador, hasta que fue despedido. Alberto decide preguntar a alguien como poder llegar a su destino. Ve a unos jóvenes que están hablando juntos y se acerca a preguntarles como puede llegar.

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  22. CONTINUACION…
    Sara y Andrés están hablando de cómo les esta yendo el curso en la universidad. Sara esta estudiando la carrera de Ciencias Medio Ambientales. Desde siempre se ha preocupado mucho por el medio ambiente. Andrés esta estudiando Psicología. Era la única carrera que le llamaba más la atención, y como le gustaba ayudar a los demás decidió hacerla. Los dos están sorprendidos por todas las cosas que tienen en común. De repente, son interrumpidos por un hombre que les pregunta como puede llegar al aeropuerto. Sara y Andrés se paran a pensar, pero no saben por donde se debe dirigir.

    Alberto se queda un poco decepcionado al escuchar a los dos jóvenes decir que no saben por donde debe ir. El anden que esta enfrente de él esta casi lleno mientras que en el que se encuentra hay menos personas. El tren que viene en dirección contraria se para y recibe a sus nuevos pasajeros. Cuando se aleja el tren de la estación, Alberto decide volver a preguntar a otra persona. Esta vez elige a una mujer que esta esperando el tren y que no deja de mirar su móvil.

    Fátima mira el reloj de su móvil compulsivamente. Ve como se aleja el tren que venia en dirección contraria. No se puede creer que todavía no haya llegado. Un hombre se le acerca y le pregunta como llegar al aeropuerto. Ella sabe perfectamente ir, porque a tenido que viajar muchas veces por negocios de la empresa. Empieza a explicarle como llegar. Se despista un poco de lo que esta ocurriendo en el andén. Esta tan centrada en decírselo bien, que no se da cuenta de la parada del tren en la estación. Cuando termina de explicárselo el hombre le da las gracias apresuradamente y ella no comprende el porqué de su reacción. Le sigue con la mirada y ve como el señor sube al vagón un segundo antes de que se cierren las puertas. Fátima se queda de piedra en el andén. No se cree que lo que le acababa de ocurrir. Estaba tan concentrada en decirle bien las indicaciones, que no se había dado cuenta de la llegada del tren. Llegaría definitivamente tarde. El próximo no haría su aparición hasta pasados siete minutos. No podía haber tenido un día peor.

    Alberto ve como los dos jóvenes a los que había preguntado antes, se están subiendo al tren. La señora termina de explicarle como llegar al aeropuerto. Alberto da apresuradamente las gracias a la señora. Sube corriendo al vagón y justo cuando mete la maleta dentro se cierran las puertas. La mujer que le había dicho las indicaciones se queda en el andén con una cara de incredulidad. Alberto piensa que la pobre había perdido el tren por haberle dado las indicaciones. Pero ya no podía hacer nada. El tren se iba alejando de la estación perdiéndose por el horizonte.

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  23. La RENFE es un microcosmos, en el que dentro de un mismo lugar se viven experiencias muy diversas. Hay gente que va corriendo porque se ha levantado tarde, pero contrasta con la actitud parsimoniosa con la que llegan algunos viajeros, que saben de su mucho tiempo disponible.
    A la entrada te llama la atención un pequeño estanco, porque ahí dentro no existe la prisa. En ese pequeño local entra con calma hasta el viajero más remolón, que conoce el poco tiempo que le queda.
    Carlos entra, como todas las mañanas, escuchando música. Como de costumbre lleva puestos los cascos que le regaló su novia el día de su cumpleaños. Pero hoy lleva un semblante serio, de temor; se va a examinar de una materia muy importante. Coge la RENFE todas las mañanas para dirigirse a la universidad.
    Ana, que es funcionaria, va en RENFE a trabajar todas las mañanas desde hace diez años. Pero todos los días la coge con la ilusión que despierta la incertidumbre del día a día que posé la RENFE. Hoy va contenta, puesto que va a ser su primer día como responsable de su sección. Por ello lleva puesto uno de sus mejores vestidos.
    Sara tiene veintidós años, pero posiblemente, hoy sea uno de los más singulares de su vida. Esto se debe a que hoy comienza la universidad en España. Ella es de Italia, pero ha venido a España para estudiar.
    Los tres subieron al andén casi al mismo tiempo. Pero gracias a la magia de la RENFE y al microcosmos existente en ella, se pudo ver tres formas distintas de esperar al tren. Mientras Ana estaba sentada en un banco relajada, Carlos repasaba la materia del examen que iba a tener, pero a la vez se veía como Sara no podía estar quieta y se recorría el andén una y otra vez.
    Pero la verdadera magia que posé la RENFE, que es única, se pudo ver en el momento en el que Carlos reconoció a Ana, su profesora de matemáticas con la que iba a tener un examen. Pero a su vez, Ana reconoció a Sara, porque llevaba la carpeta de la universidad. En ese momento llega el tren…

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  24. Yao entró en la estación con mucha prisa y rápidamente llego al vestíbulo principal donde ni siquiera cogió billete y simplemente se coló. Muy atenta de esto estaba Rosa, una profesora de primaria que acababa de sacar su billete y se dirigía a Atocha a trabajar; llegó subió al andén y allí espero sentada , leyendo un libro a que el tren llegase. Mientras, Marga estaba sacando su billete. En esto el tren dio el último aviso para subir (podría haberos dicho que Marga perdió el tren pero entonces no habría historia).
    Marga entró al tren corriendo, se chocó con un carro de la compra y fue a parar en el asiento de al lado de un joven chaval que estaba escuchando música y a la que no hizo ningún caso.
    En el vagón de al lado un joven de origen oriental llamado Yao estaba escuchando música, mientras un señor bastante mayor, le estaba mirando. De pronto el señor dijo: ¡Estos inmigrantes encima de que los dejamos entrar en España no pagan billete! ¡esto es una vergüenza! Yao se calló y no dijo nada porque sabía que en el fondo aquel señor mayor tenía razón. Impensablemente a la defensa de Yao salió una mujer que había presenciado todo, ella era Rosa. –Déjele que haga lo que quiera y ocúpese de sus asuntos, que él ya es mayorcito para hacer lo que le venga en gana. Entonces Yao dijo:-Gracias señora disculpe que haya tenido que ponerla en un aprieto, me cambiaré de vagón para no molestar.
    El joven que estaba sentado al lado de Marga se levantó y se fue .Entonces Yao llegó y se sentó junto a ella, se miraron y se dijeron mutuamente: ¿Qué haces tú aquí?.
    Yao se había sentado justo al lado de su novia, ambos iban a comprarle al otro un regalo de reyes. Se abrazaron y estuvieron hablando del incidente anterior y de Rosa, la chica que dio la cara por él. Llegaron a Atocha y Yao no podía quitarse de la cabeza a Rosa, la joven que le defendió sin conocerse de nada. Yao se quedó solo esperando en el andén a que Rosa bajara, se recorrió uno a uno todos los andenes, miró en todas las tiendas y cafeterías de la estación. Serían las cinco cuando decidió dejar la búsqueda y volver a casa, llegó cabizbajo y se sentó en el asiento del tren, cuando de repente levantó la cabeza y vio que se había sentado junto a Rosa, pero sorprendentemente ella se había olvidado de él.

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  25. LA RENFE Y SUS DESGRACIAS:

    Juan un chico joven, de unos 23 años de edad, llamado a ser una de las grandes mentes de su generación, respetado en su barrio y los alrededores de Leganés. Era un día frio de invierno, una mañana triste. Juan esperaba impaciente a la chica con la que esperaba mantener las intensas conversaciones que mantenían, pasaba un tren y otro, pero Juan no lo cogía prefería esperar a su amiga, así estuvo hasta que apareció, Ángela, chica de veintiún años, estudiante de selectividad, fumadora.
    Juan y Ángela se conocieron en una discoteca donde Juan trabaja como DJ, desde entonces entablaron una agradable amistad.
    El tren llego los dos estaban listos para iniciar sus respectivos viajes. Cuando las puertas del tren están para cerrarse aparece un hombre con maletín intentando entrar, al final lo consigue.
    Juan y Ángela se sientan y comienzan a entablar una conversación larga, hablaron sobre las cosas que hicieron el fin de semana, los sueños que tienen y se pusieron a compartir experiencias y sucesos interesantes que les había pasado durante sus vidas como estudiantes y como adolescentes. Al rato, se sentó al lado de ambos el hombre del maletín era un hombre curioso, alto con pelo largo, bien trajeado, con cara de pocos amigos, parecía de los hombres a los que le podrías contar el chiste más gracioso del mundo que no se reiría. Se sentó al lado de Juan dejo su maletín en el suelo, los dos amigos continuaban conversando sin percibir la presencia de aquel curioso hombre. El tren seguía su curso y todo seguía normal, pero por fin llego la parada de Ángela, Juan se levantó para despedirla, lo que sucedió a continuación no sé si fue casualidad o que Juan lo hizo apropósito por aquel extraña sensación que empezó a sentir por Ángela, pero el beso de despedida no fue precisamente de amigos, fue un beso intenso y apasionado, que por lo que deduzco a ambos les gusto. Ángela se fue sonriendo y Juan se quedó en el tren con una sonrisa de oreja a oreja.
    A continuación de este agradable suceso, sucedió algo poco usual e impactante, el siniestro hombre del maletín se levantó en la siguiente parada y dejo su maletín en el tren, y se fue corriendo, Juan al ver que se le olvido el maletín le grito pero fue inútil el hombre estaba ya a una distancia considerable y las puertas se cerraron, el tren avanzo, pero un sonido chirriante proveniente del maletín resonó con fuerza en el tímpano de Juan que lo soltó inmediatamente, de repente una luz cegadora resurgió y se hizo la oscuridad para Juan y los cientos de pasajeros que en el tren estaban.

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  26. Como cada mañana,a las siete y media de la mañana,Carmen cruzó la acera para entrar en la estación.A diferencia de los demás días,esta vez ella iba cabizbaja.Sus ojos verdes parecían apagados,no brillaban como de costumbre.
    Entró en la estacion y metió unas monedas,en una máquina,para sacar un billete del tren.
    Llegó hasta el andén y se sentó en un oxidado banco a esperar la llegada del tren.Parecía preocupada,miraba de un lado a otro y movía las piernas.Sin duda estaba pensando en él.Carmen aún no sabía si le encontraría en el tren o tendría que estar otro día más sin verle.Llevaba casi doce años sin verle y decirle quien era ella.
    Sabía como era él porque tenía fotos suyas,aunque nadie sabía de donde las había sacado.
    Un tren llegó a la estación y paró.Los pasajeros comenzaron a bajar,uno trás otro,Carmen miraba para comprobar si el estaba entre la multitud.
    Le vio bajandose del tren y al mismo tiempo que el tren se alejaba,ella se iba aproximando hacia Mario para decirle después de tanto tiempo que ella era su madre.
    Un hombre,que al parecer iba borracho,la empujó a la vía antes de que ella consiguiese llegar hasta Mario.
    Carmen resvaló y cayó,dándose con una barra de hierro en la cabeza.Mario,sin saber de quien se trataba,saltó a la vía para socorrerla.
    Ya no se podía hacer nada Carmen estaba muerta y Mario la sostenía entre sus brazos pidiendo auxilio.Tenía entre sus brazos a su madre y sin embargo pensaba que era una simple extraña que acababa de ser asesinada por un borracho

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  27. Roberto llegó a la estación despacio con pocas ganas de ir a trabajar.
    Sacó un billete de ida dirección atocha, subió al andén y espero al tren mientras escuchaba música.
    Roberto era un hombre joven, con mucho carácter, tranquilo y paciente.
    La noche anterior se la pasó en su piso de soltero jugando a su videoconsola hasta las tres de la madrugada, por eso estaba cansado y no tenia ganas de nada.
    Apenas desayunó no estaba en condiciones de ir a trabajar.
    Una estudiante joven llamada Marta le observó durante un rato.
    Al principio le hacía gracia pero después le daba un poco de pena el estado que tenía Roberto (llevaba la ropa sin planchar).
    Marta sacó su billete y se sentó en el andén junto a el disimuladamente.
    Pasaron dos minutos y el tren llegó Roberto levantó la cabeza y se introdujo, Marta se volvió a sentar junto a el:
    -Buenos días.
    -Buenas. Respondió Roberto.
    Y no hubo más conversación.
    Roberto se puso el casco de músico y se quedo dormido.
    Marta se volvió a reír de el, y Roberto se despertó al instante.
    Roberto se volvió a dormir y cuando llegó la parada de atocha Marta le despertó moviéndole un poco y se bajó del tren.Roberto se despertó y gracias a ella pudo llegar al trabajo.
    Roberto la buscó en la estación de atocha pero no la encontró y en el trabajo no paraba de pensar en ella.
    -¿Por qué me despertó? ¿Acaso sabía donde iba?

    Salió de trabajar sobre las 4.30 de la tarde. Y cogió de nuevo el tren para volver a casa.
    Y allí la volvió a encontrar.
    -¡Perdona!
    Marta se detuvo y le miró.
    -Hombre eres tu.
    -Me llamo Roberto encantado.
    -Yo Marta.
    -Una pregunta.¿Como sabías que me tenía que bajar en atocha?
    -Ja, ja, pues verás me fijé en como ibas vestido y en tu cara y decidí despertarte.
    -Pues muchas gracias.
    ¿Quieres que te invite a algo?
    -No, tengo prisa.
    Ya nos veremos otro día.
    -Eso espero.

    A Roberto le hubiera encantado conocer más a Marta y le sentó un poco mal que no aceptara su propuesta de tomar algo.
    Pero estaba convencido de que la volvería a ver.

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